viernes, 27 de junio de 2025

Presentación de Un ensayo sobre la maldad

 

Guion para la presentación de Un ensayo sobre la maldad


Montserrat Cardelús Maestre, psicóloga y criminóloga del Principado de Andorra, y es bueno hacer esta precisión principesca ya que estamos en Aragón y aquí también se dispone del topónimo, escribe el prólogo de Un ensayo sobre la maldad, anunciando que se trata de un libro muy de Leopoldo Ortega-Monasterio y, nos dice también, en dicho prólogo y en la contracubierta, que el texto combina una erudita visión panorámica de un tema tan espinoso como el de la maldad observada desde el punto de vista de un médico psiquiatra y forense, con referencias historicistas, filosóficas y experimentales, además de otorgar, al conjunto, una necesaria visión clínica.


Para mí, no psiquiatra, no criminólogo, el libro es, ante todo, un manual, un manual de supervivencia en el intrincado mundo de la interpretación de la conducta humana, interpretación, sin embargo, que yo siempre, quizá torpemente, y quizá sólo hasta la lectura de este ensayo, he fundamentado en la observación de los rasgos del ser humano, en la hoy poco considerada ciencia de la fisiognomía, en aquella gozosa observación, cuando era niño, de las láminas de los libros alemanes de la biblioteca de mi bisabuelo, por cierto, notario en Puigcerdá, en las que aparecían los rostros y, a veces, las manos y piernas, de un amplio plantel de criminales, asesinos o no, presos en mazmorras, imágenes siempre acompañadas de inspirados e iluminadores comentarios. Por todo lo cual César Lombroso que, lógicamente se cita en este libro, se convirtió, en este campo de la ciencia, en mi padre nutricio.


Añadiré, y esto lo considero fundamental, que el libro rechaza, desde su comienzo, cualquier enfoque dogmático, reconociendo que el concepto “maldad” atañe a numerosas disciplinas, como la ética, las ciencias sociales, las ciencias jurídicas, la religión, la pedagogía, e incluso a la lexicología dada la polisemia del término, recogida, a veces de modo confuso, en los diccionarios. En resumen, Un ensayo sobre la maldad, es una obra riquísima en detalles e información, y representa un aporte fundamental en el conocimiento de ese fenómeno, de ese concepto multidisciplinar, La Maldad, que todos poseemos en mayor o menor grado y cuya valoración social escapa a los límites de psiquiatras y psicólogos.


Un ensayo sobre la maldad es pues ante un epítome, un vademécum, un libro, en suma, con carácter de breviario, una certera recopilación de conocimientos psiquiátricos y criminalísticos con un oportuno apoyo lingüístico sustanciado en frases hechas, paremias, en el manejo, a veces, del lenguaje común, del lenguaje popular como fuente de sabiduría, consiguiendo así la eficacia lingüística. Eficacia que se completa al modo de un Diccionario de Autoridades, ilustrando muchas nociones con sus correspondientes ejemplos.



Pero ahora, si se me permite, en esta ocasión única para mí, en este baluarte de la ciencias psiquiátricas y forenses, quisiera lanzar una pregunta, cuál es la verdad del postulado que dice que los actores de cine que interpretan habitualmente a seres malvados también son malvados en su vida real. Son varios los ejemplos posibles pero prefiero centrarme en uno, en el actor Karl Malden y en dos de sus películas El rostro impenetrable (1961) con Marlon Brando, y en Nevada Smith (1966) con Steve MacQueen, donde es difícil imaginar que la representación de esos papeles pueda ser llevada a cabo por un ser, repito, hablo de Karl Malden, que no sea una mala persona. ¿Es cierta la relación entre la morfología corporal y el comportamiento, en este caso delictivo?


Y, abusando aún más de la oportunidad que se me presta, quiero ampliar la consulta haciendo mención de la maldad proverbialmente atribuida a otros artistas, pertenecientes al mundo del circo y la fanfarria callejera, a los payasos, pero no al Payaso Augusto de nariz colorada y gruesos zapatones, sino al Payaso de Cara Blanca, el Payaso Blanco, relamido y presuntuoso, y, por supuesto, a su reencarnación, a su alter ego personalizado en actores del teatro y del cine que, no militando en la categoría dramática de Karl Malden, sino en la categoría cómica, disponen sin embargo de una negativa fama, me refiero, por ejemplo, al italiano Alberto Sordi del que Federico Fellini y Pier Paolo Passolini publicaron comentarios nada favorables en relación a su bonhomía. ¿El humorista enmascara, a menudo, al villano?


O sea, dos cuestiones, y ahora sí termino: primera, ¿en el cine se adjudica el papel de villano a quien por su morfología corporal se supone que lo es o que es muy probable que lo sea, en la vida real?; segunda, ¿el payaso blanco y el actor humorístico teatral o cinematográfico son, oficios ejercidos, a menudo, por malas personas?, ¿por qué?


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Francisco Ferrer Lerín


Jaca, 21.03.2025




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