Daba de mamar. Yo daba de mamar. En la puerta de las iglesias a la turba de indigentes. En la puerta de los dispensarios a los enfermos irredentos. En la puerta de los estadios a los hinchas exaltados. Daba de mamar por la gran cantidad de leche que almacenaban mis pechos y por el carácter generoso de mi temperamento. En mayo, dando de mamar a un sacerdote griego que llegaba de Namibia, tuve una visión panorámica, una visión de conjunto, un plano general, en el que mi figura y la del religioso, arrodillado ante mis ubres, se situaban en el centro de un amplio espacio, quizá una plaza abacial o quizá un recinto de tortura, pero mediante un dispositivo, no me pregunten cuál, lograba un acercamiento, pudiendo comprobar que yo estaba sentado en un viejo coche Jaguar, abandonado en La Explanada de la ciudad de Alicante, allá por los años sesenta, con la puerta abierta, medio cuerpo fuera, con gafas Ray-Ban, pantalones de pana y la camisa a cuadros que mi novia Carmen Ballesteros me regaló tras poseerla en el cementerio de Blanes (provincia de Gerona). Como es lógico, la camisa la llevaba ampliamente desabrochada.
domingo, 4 de abril de 2021
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