-Bueno, primero que nada,
saludarle y darle las gracias por su infinita solicitud. Creo,
además, que últimamente le unen algunas cosas a México…
La maldita pandemia
imposibilitó mi primer viaje a México. Sí, he de reconocer,
sonrojándome, que no conozco aún ese país al que tanto debe la
Literatura y las Artes en general. Por otra parte tengo el honor de
pertenecer, desde hace unos meses, al Consejo Editorial de la Revista
digital mexicana de Cultura La
Mascarada
y, además, cuento con la amistad del joven narrador Alejandro
Espinosa Fuentes con quien comparto sello, el español Ediciones
Contrabando.
-Como gran conocedor de la
Historia, si pudiera viajar en el tiempo al pasado de México, ¿qué
momento o qué fecha le metería al Delorean?…
Quizá, en el ámbito de la
Literatura, elegiría el año 1924 para coincidir con el
inconmensurable Alfonso Reyes en Veracruz, en la ciudad de México y
en Monterrey. He de decir que Alfonso Reyes, su libro La
experiencia literaria,
en la edición bonaerense de Losada de 1952, supuso el bálsamo, la
compañía gratificante, durante mi permanencia en el Ejército.
-Sabiendo que nos van a leer
en una escuela literaria y por darle la vuelta un poco al lugar
común, ¿qué les desaconsejaría a los autores noveles, a los
escritores que están comenzando?
No hay peor apoyo que el de la
prisa. Querer llegar pronto, querer concluir cuanto antes, querer
ante todo triunfar. Cualquier texto requiere el poso que da el tiempo
transcurrido, requiere la posibilidad de releerlo, requiere la
obligación de corregirlo. Sólo la vanidad juvenil, impetuosa y
estéril, nos lleva a publicar sin más... y luego no vale la excusa
de que aquel desastre, o al menos aquella enorme ingenuidad, fueron
fruto disculpable de nuestra adolescencia, física o intelectual.
Claro, alguien dirá que también están los genios, esos seres
monstruosamente impolutos que no necesitan jabón, ni cincel; pero,
la verdad, es que van quedando muy pocos; ¿apenas uno?
-Sobre el oficio en sí, ¿qué
le cuesta más: escribir o pensar sobre lo que va a escribir?
Sin duda escribir. Buenas
ideas, excelentes ideas incluso, hay muchas, pero pocas las que son
plasmadas correctamente sobre un papel. Quizá el consejo, en este
caso, iría por la vía de la inmediatez; cuando aparezca ese
destello genial corramos a transcribirlo, intentemos que su versión
escrita se parezca lo más posible a la imaginada, en especial que
reproduzca la atmósfera que lo envuelve. Y eso no quiere decir que
esa sea la versión definitiva, como hemos dicho antes lo que ahora
toca es sopesarla, pulirla, aguardar a que obtenga el nivel de
excelencia que nuestra exigencia valore como suficiente.
-¿Puede un autor enamorarse
de su propia prosa? Y si la respuesta es afirmativa, ¿a dónde le
lleva eso?
El amor acerca contrarios y
eso no es bueno en aras de la objetividad. Quiero decir que sí, que
todo escritor, en algún momento de su carrera, sufre desvaríos
amorosos relacionados con su escritura y esa obnubilación, ese
decaimiento de la distancia crítica, obra en negativo a la hora de
mantener una redacción apropiada.
-¿Qué valora más
positivamente cuando lee un texto actual, por ejemplo una novela o un
libro de cuentos?
Da igual el género del que
estemos tratando, da igual novela, cuento, poesía, crónica de
sociedad, hoja parroquial o crónica taurina, lo que importa es el
ritmo de la narración, la música de la misma, ese es el factor
capital para evitar que el libro se caiga de las manos.
-Le he oído comentar varias
veces -y en su libro Cuaderno
de campo queda
registrado- que le repatean esos autores que afirman “que se lo
pasaron muy bien escribiendo su novela”. ¿Hay que sufrir para
escribir? ¿Un poco? ¿Mucho? ¿Tiene usted una visión calvinista de
la Literatura?
Los libros son baratos,
cualquier aproximación a la barra de un bar o a la de una cafetería
excede el presupuesto de compra de una edición en rústica, pero la
elección de cómo gasta el dinero el consumidor no es materia que
incumba al escritor, que debe agradecer siempre la compra de sus
libros sea quien sea el que los compre, sea cuál sea su situación
económica. Agradecimiento y trabajo pues, aunque tampoco, claro,
hasta quedar exhausto, pero sí dedicación seria a lo que se hace,
que escribir es un acto de gran responsabilidad, no un pasatiempo
televisivo o una francachela con entusiastas del vino peleón. El
lector se lo merece.
-Nuestro público mexicano
quizás no sepa que publicó varios poemarios muy aplaudidos en los
sesenta y luego estuvo 33 años sin escribir. Mi pregunta es: ¿nada
de nada? ¿Ni cartas?
Habría que distinguir entre
escritura y publicación. En 1964, 1971 y 1987 publiqué tres libros
fruto de la escritura poética que manejé entre 1959 y 1973, año en
que dejé la creación literaria, hasta volver, en 2009, con la
edición de Fámulo,
al que siguieron Hiela
sangre, Libro
de la confusión,
Ciudad Corvina
y Grafo pez,
todos con versos posteriores a 2006. Durante esos años de agrafía
poética sí escribí, empero, no sólo cartas, sino informes para
sociedades de prospectiva y artículos de corte académico sobre
ornitología de campo, y quizá eso también sea literatura.
-En su faceta como jurado,
estuvo recientemente ejerciendo en el Premio Formentor. Que este año
recayó en el argentino César Aira. ¿Pudo tocarle? ¿Es humano?
¿Cómo fue?
Es la tercera vez que ejerzo
de miembro de jurado en el Premio Formentor, literario e
internacional. En 2016 lo concedimos al recientemente malogrado, el
ensayista y editor italiano Roberto Calasso, en 2018 al prosista y
poeta rumano Mircea Cartarescu, y ahora, en 2021 al narrador global
argentino César Aira. Lo cierto es que los miembros del jurado
tendemos a mantener una distancia de seguridad respecto a los autores
que premiamos, algo así como un muro de respeto o, quizá, una
burbuja de aislamiento encaminada a disipar dudas sobre posibles
enjuagues que, en el caso del Premio Formentor, puedo asegurar que
son absolutamente inexistentes. No digo nada nuevo afirmando que
César Aira es un hombre retraído, no partidario de muchedumbres y
menos de tocamientos periodísticos. ¿Humano, quizá sí?
-¿Cuándo le vamos a ver en
la silla F -¿o en la L?- de la RAE? ¿Dónde se puede votar para
proponerle?
Creo que existen oficinas
destinadas a este tipo de escrutinios... pero ahora mismo no recuerdo
dónde queda la más cercana a su domicilio.