Sonó el timbre, abrí la puerta y aunque el rellano
estaba a oscuras supe que era Malena Cortijo. Muy elegante, zapatos rojos de
lamé, abrigo ceñido blanco de España, entró en el salón luminoso admirando
ciertos cuadros y, segura de sí misma, hizo una leve reverencia ante la
cornucopia. Descubrí entonces un segundo perro. Ambos sujetos a la misma correa
que sujetaba con la punta de los dedos de su mano derecha enguantada. Dijo que
era salchicha pero, divertido, descubrí que no se trataba de un perro salchicha
sino de una salchicha, como esas grandes de queso alemanas que venden en
Mercadona; eso sí provista de minúsculas patas que apenas utilizaba dada su
condición reptante. Malena, apoyada en la mesa granadina, habló de Amorim
mientras yo, cautivado por la salchicha, recordaba el ejemplar de eslizón
ibérico, Chalcides bedriagai, ese
cilíndrico reptil, que encontré muerto, el pasado martes, en el barranco de
Atarés. Y una cosa y otra me llevaron a pensar en aquel libro de Enrique
Amorim, quizá Horizontes y bocacalles,
lleno de tachaduras, que hallé en la biblioteca de mi abuelo, y en la duda
suscitada ante los atropellos de culebras de Esculapio. Malena se dio cuenta de
que no le prestaba la atención que merecía y me abofeteó con un enema que
extrajo del bolso de Prada.
lunes, 31 de marzo de 2014
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