lunes, 31 de marzo de 2014

Visita accidentada


Sonó el timbre, abrí la puerta y aunque el rellano estaba a oscuras supe que era Malena Cortijo. Muy elegante, zapatos rojos de lamé, abrigo ceñido blanco de España, entró en el salón luminoso admirando ciertos cuadros y, segura de sí misma, hizo una leve reverencia ante la cornucopia. Descubrí entonces un segundo perro. Ambos sujetos a la misma correa que sujetaba con la punta de los dedos de su mano derecha enguantada. Dijo que era salchicha pero, divertido, descubrí que no se trataba de un perro salchicha sino de una salchicha, como esas grandes de queso alemanas que venden en Mercadona; eso sí provista de minúsculas patas que apenas utilizaba dada su condición reptante. Malena, apoyada en la mesa granadina, habló de Amorim mientras yo, cautivado por la salchicha, recordaba el ejemplar de eslizón ibérico, Chalcides bedriagai, ese cilíndrico reptil, que encontré muerto, el pasado martes, en el barranco de Atarés. Y una cosa y otra me llevaron a pensar en aquel libro de Enrique Amorim, quizá Horizontes y bocacalles, lleno de tachaduras, que hallé en la biblioteca de mi abuelo, y en la duda suscitada ante los atropellos de culebras de Esculapio. Malena se dio cuenta de que no le prestaba la atención que merecía y me abofeteó con un enema que extrajo del bolso de Prada.