Sólo una vez se reveló humano. En una cena en el Casino Principal, la cena del viernes que antecedía la gran partida semanal de póquer, una pequeña gota de sudor perló su frente. Un tal Sigalas, Sigalas pequeño, carpintero, hermano de Sigalas mayor, enterrador, se atrevió a decir en voz alta, aunque sin mirarle, fruto de la generosa ingesta de Cariñena, un pretendidamente jocoso “¡Lerín, eres humano!”. Lerín sufrió con esa puya y, de hecho, aquella noche no quiso jugar, convencido de que la muestra de debilidad descubierta por Sigalas iba a obrar en su contra. Lerín había dejado de ir de cuerpo a los cuarenta, y a los cincuenta había dejado de orinar. No admitía excretas. Antes de que lo fueran, las neuronas las quemaban.