Debió de impresionarle lo bien que montaba y desmontaba la
grapadora porque en seguida enlazó sus piernas con las mías. Íbamos en el 180,
en el asiento trasero, echados, y tapados con una manta color café. El coche
circulaba marcha atrás por un túnel ferroviario. No sé quién era el tipo que
conducía y de las tres bulliciosas mujeres sentadas en el asiento del copiloto
luego se dijo que eran portuguesas. De cintura para arriba, mi compañera
recordaba a Le Coq Sportif.
lunes, 23 de septiembre de 2013
sábado, 7 de septiembre de 2013
Domicilios, 21
En esta casa, que entonces formaba parte de la Ciudad
Universitaria, escondí los tres cuerpos. Celia Platto conocía mi pertenencia a BARDO, Soberbio Alce mis discutibles lances amorosos, Freno Cómico los
chanchullos en lo de la lotería. Ahí quedaron, a salvo de curiosos, hasta que
algo o alguien arrebató la imagen de lo más profundo de mis sueños. Cortell
Olcina se encargó de fotografiarla.
jueves, 5 de septiembre de 2013
Cigomar
A Cigomar Ravioli no le iban bien las cosas, sobrevivía
vendiendo baratijas y extraños objetos. Vino a mi encuentro en la terraza de Casa Fau donde, en verano, acostumbro a tomar, como aperitivo, un Campari con
patatas Lays. Me ofreció un producto que definió como prodigioso, una botellita
verde que llevaba pegada una elegante etiqueta en la que se leía Licor
Sueñanegro (o Sueñanegros, la alambicada rúbrica inducía a error). A la lógica
pregunta “¿qué es esto?” respondió con un resolutivo “cómpralo y verás”. “Tres
gotas al acostarte”, prosiguió, “... y a soñar”. Soy un atrevido, un
inconsciente, y decidí probar. Desperté a las cuatro, sobrecogido, empapado en
sudor, horrorizado. No había soñado en blanco y negro (esa vieja polémica), no
había soñado con negros, había soñado con Encarnita Ballvé, la modelo de Pedro
Rodríguez con la que me frotaba en la casa de la Granvía cuando ya no vivíamos
en ella, y había soñado con mi madre, pero ambas eran negras. No eran negras
con rasgos negros sino que, perfectamente reconocibles, con su porte habitual,
su ropa de calle, tenían sin embargo la piel negra. Encarnita parecía incómoda,
se alejaba, como si mi madre nos hubiera sorprendido, y esta, sentada en un
taburete, hacía gestos con las manos, gestos cada vez más imperiosos que
comprometían ya a todo su cuerpo. ¿Buscaba mi atención? Me acerqué, y de una
boca enorme, que ella no tenía habitualmente, salió su voz, algo distorsionada:
“¡Bonga!, ¡Tonga!, ¡Lembo! ¡Bonga!, ¡Tonga!, ¡Lembo!”
domingo, 1 de septiembre de 2013
Necrología 11
Murió “Toberas”. A los sesenta y ocho años. Periodista de
raza, luchador irredento, se ganó fama de cáustico y hábil en sus entrevistas
radiofónicas. En 2006 tuve el honor de que me incluyera en una serie sobre
escritores raros. Telefoneó de noche (yo estaba advertido) y en un vivaz
directo se presentó como Luis José Cordero. A medio programa, duraba una hora,
así de pronto, quizá para provocarme o para mantener despiertos a los oyentes,
repitió los créditos, pero su nombre, en esta ocasión, fue Enrique Borrego. El
final, que quiso ser sonoro y entrañable, lo firmó con un “buenas noches
señoras y señores, buenas noches don Francisco, se despide su amigo Pedro Luis
Oveja”. El basónimo, arrojado en primicia por el parte forense, se concreta en un
sospechoso Miguel de Cervantes.
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