Quisiera hablar ahora de las circunstancias que permiten que
las señoras salgan a pasear por los alrededores hasta la distancia de una hora,
se hospeden en sus casas nativas por un año, y frecuenten los baños cuando el
estado de su salud lo exige (pequeñas bañistas). Son circunstancias de índole
sanitaria debidas a que el lugar en el que está fundada esta Real Casa es
melancólico y malsano, secuela de la insalubridad del aire que inficiona los
pulmones y causa fiebres intermitentes; una Real Casa edificada en las tierras
pantanosas llamadas El Lagunajo.
Y quizá no sea ocioso decir que cerca de El Lagunajo se
encuentran Las Tierras Raras (Lantánidos) donde El Turco Generoso vivió una
infancia idílica, pródiga en juegos, observada por Alma Agobiada y sus Lacayos
Ingentes. Y este cúmulo oneroso de personalidades, esta capacidad asociativa
que roza la hierogamia respetuosa, nos lleva al Gran Macabro o sea a la
confluencia, que alguien señalaría muchos años después, entre mis poemas desaforados
y la obra de Ligeti. A Dios hay que buscarlo, no es un ser evidente; nadie
espere hallarlo en los Jardines de los Senadores, sí, en cambio, resolviendo el
problema de los Generales Bizantinos; lecciones digresivas a cargo de quien fue
un pequeño vehículo, de quien fue una palabra en un libro, de quien fue un pez
mudo, y luego respondería a un único seudónimo: Dositeo Espermio.