Un hijo, Castaño, criado a mis pechos, errabundo durante
décadas, reaparece ahora para asesinarme y fotografiar mis restos
caramelizados. Un pérfido vástago, cuya partida de nacimiento se recoge al
final del relato “Igualitos” del misceláneo Papur:
“Embarazada Conchita Pemartín, nos vemos obligados a huir, a
dejar la ciudad e instalarnos en el campo, y con las lluvias y los vientos de
la primavera se produce el parto, y sería por la fuerza que nuestra extrema
juventud transmite a la criatura, o por lo saludable del entorno, lo cierto es
que necesitamos más leche que la de Conchita, y yo por simpatía o por
solidaridad, aunque entonces no existían estas dos palabras, conformo dos
abultamientos y un calor localizado hasta romper esa especie de tapón, como de
vial medicamentoso, y empiezo a echar calostro a chorros quizá salvando así la
vida de nuestro voraz hijo Castaño.”
Fotografía: Castaño Senra