jueves, 30 de noviembre de 2017
martes, 28 de noviembre de 2017
Buitre leonado
BUITRE LEONADO
Lo intentó el poeta
allá en los comienzos de la década séptima
traer a colación
al sin par necrófago.
Se recuerda el verso
“la espalda comida por el Gyps”
en un poema áspero
dedicado a la estrella
chula mallorquina.
Poco tiempo antes
en composición más laxa
pormenoriza a otra musa
“Recuerdo la mañana que en tus pequeñas ojeras
vimos el color del buitre macho
la mancha azul del cuello que resalta en las frías cópulas
y preludiando la esteparia pitanza.”
Ambas sin duda
diestras corografías
alumbradas en plena
cumbre ornitológica.
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Nota
Los versos entrecomillados pertenecen a los poemas “Carta a
una estrella mallorquina” y “Profesora y alumna” recogidos en Cónsul (Península, Barcelona, 1987) y
luego en Ciudad popia. Poesía autorizada
(Artemisa, Tenerife, 2006).
Emecé Riera Guilera y Aurora E. Martínez fueron la mejor
manutención para el tenaz estro artístico en momentos de ignominia. Se conserva
la atenta misiva de la segunda señora en la que se conmina al autor a buscar
seudónimo proponiendo, para sus propias carnes femeninas, “el aguilita caudal”,
“el águila real” y “la grulla en aspa” aunque al final el vate no escuchara y
eligiera “Ariola Espino”.
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Poema "Buitre leonado" con la 'Nota' completa, no como aparece en la página 59 de Hiela sangre; Nuevos Textos Sagrados, Tusquets Editores, Barcelona, 2013.
lunes, 27 de noviembre de 2017
sábado, 25 de noviembre de 2017
Laberinto
Ha muerto Valentín Estrella Rodríguez “Cagancho”, o también
“Tripudo”. Una de las primeras personas que traté a mi llegada a la ciudad
pirenaica en 1968 y que, desinteresadamente, me permitió realizar, en su finca
dedicada a la ganadería ovina, diversas pruebas encaminadas a explicar los
mecanismos tróficos de las grandes aves necrófagas. Valentín, que siempre
mantuvo conmigo una línea de corrección y respeto, quiso, sin embargo, dar a
entender, desde el principio de nuestra amistad, que él era algo más que un
pequeño ganadero, que era alguien que disponía de argumentos suficientes para
desbancar mis ínfulas académicas, y que guardaba ciertos secretos por los que
deseaba ser preguntado. Por ejemplo, Valentín Estrella atesoraba un objeto
misterioso que un buen día, sin una razón clara, decidió mostrarme. Era una
piedra plana, cuadrada, de unos treinta centímetros de lado, con un
laberinto grabado en una de sus caras, una piedra que, según dijo, había
encontrado uno de sus bisabuelos al roturar las tierras próximas a las ruinas
de un monasterio cluniacense. Hoy, su hijo Cosme, en un acto breve pero
solemne, en el panteón familiar, me ha entregado la piedra. Luego, ya en la
explanada del aparcamiento, se ha acercado, vacilante, y, con voz entrecortada,
me ha aconsejado que, cuando llegue el día de la desesperación, recorra el
laberinto con el dedo índice de mi mano derecha; un recorrido que, si soy
hábil, me conducirá a un círculo donde reside la muerte, e incluso, si mi
habilidad es sobresaliente, me hará progresar aún algo más hasta alcanzar el punto
central, la puerta que se abre al mundo inferior, donde su padre me espera.
miércoles, 22 de noviembre de 2017
martes, 21 de noviembre de 2017
domingo, 19 de noviembre de 2017
sábado, 18 de noviembre de 2017
miércoles, 15 de noviembre de 2017
lunes, 13 de noviembre de 2017
jueves, 9 de noviembre de 2017
domingo, 5 de noviembre de 2017
miércoles, 1 de noviembre de 2017
Saturno
Sus cartas, padre, me llegaban un par de veces cada año. Yo
estaba lejos, en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mí. Al
inicio, ingenuo, yo abría el sobre con una emoción contenida. Y siempre, sin
falta, hallaba un papel doblado en tres. Un solo papel con el membrete de su
empresa. Mal doblado, por prisa, supongo. Buscando sus palabras, padre,
necesitándolas, lo desdoblaba con ansia. Y como una hoja seca hamaqueándose en
la brisa, lento, el cheque caía hacia el suelo. Yo lo dejaba allí, casi olvidado,
pues lo que realmente me interesaba no era su dinero, padre, sino sus palabras.
Ingenuo, buscaba sus palabras. Y en medio del papel, escrito en tinta negra,
encontraba yo siempre lo mismo: su nombre. Nada más. Sólo su nombre, firmado
con prisa. Una palabra. Sólo una palabra. El padre es un nombre.
Saturno, Eduardo Halfon
Jekyll & Jill, Zaragoza, 2017
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