Hay una secuencia en el filme “Por siempre hablan” en la que
la heroína del relato, la niña de cuatro años Maricarmen Monteagudo, avanza
hacia el escenario llevando en brazos un enorme ramo de flores blancas. El
público, puesto en pie, prorrumpe en una atronadora ovación que, según algunos
observadores, va dirigida a la niña más que a su padre, el gran acordeonista
Julián Monteagudo. Sube Maricarmen al escenario, entrega el ramo a su padre, se
besan, y al dar Maricarmen la vuelta para recibir los plausos del público, la
cámara, en un primer plano, descubre que la cara de Maricarmen no corresponde a
la de una niña sino a la de un conejo gigante. La tensión se dispara. El
público huye despavorido taponando las salidas de emergencia y obligando a
reaccionar, casi violentamente, a Julián Monteagudo, que agarra el acordeón e
intenta lo más difícil: conseguir un tritono perfecto, un salto
interválico de tres tonos enteros o de cuarta aumentada (Prototipo: Fa-Si),
convocar, en suma, al mismísimo diablo
para que devuelva a Maricarmen su hermoso rostro; lo que en el medievo se
denominaba diabolus in
musica. Pero no lo logra, cualquier instrumento afinado puede hacerlo pero
este se ha mojado con el llanto de la niña desesperada. Julián decide soplar, y
sopla y sopla, y ya casi desfallecido logra secar el acordeón. Lo prueba de
nuevo. Y esta vez lo consigue. Convoca al diablo, que pese a llamarse Húmedo,
arregla rápido el estropicio, arranca con sus dientes y labios la fea piel
conejil de la cara de la niña y esta vuelve a lucir como si fuera recién
nacida. Carmen y Húmedo contraerán matrimonio.
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Carmen
Monteagudo Sánchez
30 niñas, Valencia, Leteradura, 2014