jueves, 20 de enero de 2022

Tóper 1 y 2

Una secuela, un aprovechamiento cercano al spin-off, sustentado en la reutilización del nombre y el apellido del héroe.

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Carlos Tóper

Mi amistad con Carlos Tóper Valdivieso viene de 1964, de cuando yo acababa de publicar De las condiciones humanas y él acababa de conseguir el premio Acanto por sus investigaciones en el campo de la ortopedia neonatal. Nuestro primer encuentro fue en una cena con amigos comunes; nos caímos bien y pronto se sinceró conmigo: tenía una molestia intermitente en la escápula derecha que le impedía conducir el Pegaso Z-103 y jugar al fléndit con normalidad. Cuando volvimos a vernos, en la sauna Miraflores, me enseñó la gran mancha de su escápula derecha y, unas semanas después, en la boda de Marta Loverdos de Altimira, desnudó su torso para mostrar, a todos los invitados, la depresión profunda en que se estaba convirtiendo la lesión escapular, una depresión que, de suyo, era más bien una oquedad, por no decir un monumental agujero. Quizá el gesto en la boda no fue bien interpretado y alguien, poco piadoso, acuñó el término "El orificio Tóper", que a poco se convirtió en "Tóper, El Orificio". Ahora, en la caja mortuoria, he tenido curiosidad por saber, con exactitud, en qué se había convertido el amigo Carlos Tóper y, efectivamente, como apuntó el capellán en el prolijo responso, sólo quedaba un aro, una franja de carne en forma de anillo; el orificio se había enseñoreado de su persona, que era algo así como el neumático de una rueda de bicicleta.   

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Tóper, el no querido

Nadie quiere a Tóper, llamado también Carlos Tóper, incluso en otro tiempo Carlitos Tóper. Yace ahora en la cuneta, frío, podrido en las partes blandas, en las magulladuras y erosiones que produjo el auto. No se ve el cadáver, oculto entre hierbas abonadas por bocadillos de mortadela, los que arrojan los niños bajando las ventanillas. Carlos Tóper, yo fui, yo soy Carlos Tóper, decidido a acabar, a cerrar de una vez por todas este círculo de infamia. ¿Me espera algo placentero? Nada. Sólo rencor, vacío, desafecto. No puedo huir. ¿Iniciar una nueva vida? No tengo fuerzas. Desde la pasarela me tiro a la autopista. Quedo ahí, en el centro de la vía. Una piltrafa que aún respira. Extrañamente erguida. Pero que no se mueve. Hasta que un KIA SPORTAGE me embiste y me lanza al borde. El conductor no para. Muero desangrado. Solo. Como siempre estuve.

martes, 4 de enero de 2022

Lectores de Ferrer Lerín 73

 











Las gafas son de Elías Moro.