Me hablaron de la calle más estrecha del mundo, y fui a
verla. Viajé a la villa de Cañizares, en la provincia de Cuenca. Pero la
descripción era incorrecta, no era la calle más estrecha sino la calle que se
estrechaba desde hacía tiempo. Y ese era el motivo por el que acudían gentes de
las apuestas, ávidas por jugarse los cuartos. Se trataba de aguantar plantado
dentro, observando cómo se aproximaban las paredes y cómo crujían. Las apuestas,
ya en 2006, año de la foto, eran especialmente altas, pero nada
que ver con las de 2007, cuando, en la calle, en lo que quedaba de ella, apenas
cabía una mano; de hecho, el tipo que se ve en la imagen regresó en febrero de
ese año para incrementar el envite. Cuentan que sus herederos se hicieron ricos y que
él quedó ahí, aprisionado, y que ni a pedazos consiguieron sacarlo, ni siquiera
con las tenazas de la cercana herrería de Santa Cristina, la que arrendara Luis
de Molina para vivir, huido, junto a su esposa Isabel de Saavedra, la hija
ilegítima de Miguel de Cervantes.
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Fotografía: Fuensi.
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Fotografía: Fuensi.