Nos dieron dos juegos de sábanas usadas para que duraran lo
que la estancia en la finca. Pero no fue así. La ínfima calidad y la poca
limpieza pasaron factura. A los dos días Víctor despertó con la espalda comida
por los ácaros. A la semana hubo que amputársela. Sin espalda mal le fueron las
cosas. Le puse algodón, empapado en mercromina, sujeto al pecho con
esparadrapo. El remedio no sirvió, supuraba y lo echaron del trabajo. Aburrido,
ocupaba las horas persiguiendo a las chinches; se convirtió, eso sí, en un
hábil cazador, las envolvía en los jirones de las sábanas que se amontonaban en
el suelo. Pensamos en una venta directa. Gustaban las chinches (y las liendres)
en ese pueblo. Montamos un tenderete en la plaza pero descubrieron la mala calidad
de los jirones de las sábanas y fracasamos. Ahora, de vuelta a casa (Víctor sin
trabajo y sin espalda), no hago más que pensar en lo tonta que fui, que por
ahorrarme unos pesos he traído la desgracia.
martes, 28 de octubre de 2014
domingo, 12 de octubre de 2014
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