Versión completa de la entrevista de Antón Castro a Francisco Ferrer Lerín. Una versión resumida se publica, en el diario zaragozano Heraldo de Aragón, el 17 de abril de 2023.
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[Accipitrólogo especializado en necrofagia; ornitólogo especializado en grandes rapaces necrófagas; padre nutricio de la Generación Novísima; padre nutricio de la secta novísima; hacedor de un círculo carnicero; industrial del sector cárnico; jugador profesional de póquer sintético; jugador de chiribito; analista de los servicios de inteligencia; un raro querido y admirado por las personas con criterio; raro entre los raros; oxímoron; original y poliédrico; dotado de destrezas heteróclitas; submarino y necesario; apreciado por una exigente minoría; gusta de sonreír a las verdades; paradigmáticamente poeta; antirromántico radical; escritor de culto que se mantiene ajeno a las modas; compulsivo y desequilibrado; eminente poeta español; célebre creador contemporáneo de gran talento; poeta distante y objetivo, de imágenes de gran relieve, algo culturalistas y misteriosas; maestro de depurado estilo; poeta de leyenda, poeta singular, poeta raro; poeta irrepetible; pionero y fundador del ala extrema de la escritura novísima.]
-Querido Paco. ¿Sabe uno quién es de verdad o a veces no lo tiene claro cuando lee lo que dicen de uno, como suele pasar contigo?
Nunca he sabido quién era yo realmente y, es obvio, que no ayudan las opiniones de los demás al respecto.
-Accipitrólogo especializado en necrofagia. ¿Es una definición o un ejercicio de precisión?
“Accipitrólogo” es un término, no recogido en los diccionarios, que aludiría al ornitólogo que estudia las aves rapaces diurnas (accipiter); no recuerdo dónde apareció. Indudablemente su inventor practicaba la precisión léxica y, de paso, quería mostrar su alto grado de conocimiento de mis inclinaciones naturalistas más secretas.
-Ornitólogo especializado en grandes rapaces necrófagas. Creo que esto es cierto. ¿Qué te atrae de estas aves, cuál es su fascinación?
El descubrimiento que realizo en la década de los sesenta de la existencia de grandes necrófagos volando sobre nuestras cabezas, ya orientadas al desarrollismo opusdeísta, marca mi vida de tal modo que hasta lo más húmedo de mis sueños tiene el muladar como escenario.
-Padre nutricio de la Generación Novísima; padre nutricio de la secta novísima. ¿Qué hay de cierto o es una leyenda que has dejado correr? ¿Cuál ha sido tu vinculación con los jóvenes de Castellet? Da la sensación de que has estado muy cerca de Félix de Azúa y Pere Gimferrer.
Félix de Azúa, Pedro Gimferrer y, en mucha menor medida, Leopoldo María Panero (Panecillo) fueron mis compañeros de cuitas literarias durante los años en que se fraguó la experiencia novísima. No hubo noción de grupo, sólo contactos que excedían lo literario para entrar en el capítulo de Notas de Sociedad en el caso de Félix, en el recorrido diario por librerías de viejo y galerías de arte en el caso de Pedro, y en algunas escaramuzas en el lumpen en el caso de Panecillo. Que todo ello ayudara a la configuración de una escritura común es algo que nunca me quedó claro pero que de ningún modo tuvo carácter de “generación”, en mi caso no hubo siquiera intercambio de textos, nunca se confió en el otro para solicitar consejo.
-Hacedor de un círculo carnicero; industrial del sector cárnico. Los coloco juntos porque parece haber cierta afinidad. ¿Qué te dicen estos dos retratos, qué vínculo habría contigo de veras? ¿Qué nos estamos perdiendo aquí?
Dispuesto a emprender una cruzada para la salvaguardia y el posible desarrollo de las poblaciones de grandes aves necrófagas, lo básico era proporcionarles comida, y allí jugó un papel fundamental el zoo de Barcelona y un papel secundario la red de carnicerías amigas. Del zoo conseguíamos, ya hablo en plural, ya cuento con un equipo de jóvenes y voluntariosos naturalistas, cabezas de caballo partidas, el alimento que arrebatábamos de las fauces de tigres y leones, y de las carnicerías conseguíamos algunos desperdicios que tradicionalmente iban destinados a los perros de los cazadores. Quizá algún hermeneuta no captó con exactitud las dimensiones de esas maniobras y supuso una ramplona vinculación con la industria cárnica.
-Jugador profesional de póquer sintético; jugador de chiribito. De esto ha hablado mucho Azúa y tú mismo en tus novelas. ¿Qué hay de cierto, qué te ha dado el póquer y qué le has dado tú?
En el Evangelio de Mateo, en la Parábola de los Talentos, ya se habla de ello. Dios nos da unas capacidades y nos exige su uso y, en especial, su desarrollo, al tiempo que nos advierte de que nos pedirá cuentas. A mí me dio cierta comprensión de los arcanos del póquer, en concreto del póquer sintético, llamado, principalmente en la ciudad de Zaragoza, chiribito. Como es habitual en estos casos, dependiendo de quién fuera el desplumado la repercusión mediática variaba. Los pichones Azúa y Panecillo no sólo lamentaron ante sus allegados la miseria en la que los había dejado, sino que utilizaron el papel y el lápiz para narrarlo. Los años de dedicación a la ornitología de campo necesitaron un aporte económico complementario, había que financiar desplazamientos, estancias, dietas, y el juego del póquer, ejercitado de manera regular y seria, supuso un sustancial alivio.
-Analista de los servicios de inteligencia. ¿Para quién has espiado?
Trabajé para un par de agencias de prospectiva que, como todo el mundo sabe, no sólo prevén los acontecimientos, sino que, a veces, contribuyen a cambiar el curso de los mismos. Pero de eso al espionaje, a las agencias de inteligencia y a James Bond, hay un abismo. Quizá lo más llamativo fue el brillante trabajo encaminado a determinar en qué momento exacto había que lanzar al mercado español el nuevo refresco de una conocida marca norteamericana
-Un raro querido y admirado por las personas con criterio; raro entre los raros. ¿Tienes tú esa sensación, en qué te sientes más raro que los demás?
Encuentro genial unir “raro”, “querido” y “admirado” en un mismo sintagma. No recuerdo al artífice. La rareza, considerada por algunos un signo de distinción, resulta, en general, una losa demasiado pesada el día en que deseas convertirte en persona normal. La verdad es que jamás pretendí ser raro, aunque reconozco que ciertas aficiones mías, son, quisiera decir “eran”, aficiones “non sanctas”, como atinaba Fernando Savater.
-Voy un poco más allá y reúno tres definiciones. Oxímoron; original y poliédrico; dotado de destrezas heteróclitas. ¿Lo entiendes, lo asumes o, como diría Juan Marsé, ya son ganas de calificar?
A menudo los críticos, quizá mejor los exegetas, desean emular al criticado y despliegan un amplio abanico de epítetos y otros recursos infundados.
-Submarino y necesario. ¿Cómo se lleva con el mar y sus peces? ¿Para quién es necesario un poeta?
Soy más de montaña, de estepa, casi de desierto. Un poeta es necesario para otros poetas, para que puedan compararse y comprobar lo buena que es la poesía de uno.
-Apreciado por una exigente minoría. Ahí te ponen en la estela de Juan Ramón Jiménez. ¿Te interesa como poeta, forma parte de tu canon? ¿Escribe para alguien Ferrer Lerín, en realidad?
Juan Ramón, y hasta cierto punto Antonio Machado, forman parte de esa nómina que nunca existió en mis años de formación como escritor. Desechábamos automáticamente a los poetas nacionales para rebuscar en la barahúnda de los extranjeros, siguiendo esa pauta de epatar, de glorificar lo que nadie apreciaba creyendo que eso ocurrría por desconocimiento; no hay que olvidar mi condición burguesa y barcelonesa. De adolescente escribía para mí, luego, poco a poco, estas cosas cuestan, comprendí que sin lectores no tenía sentido la literatura.
-Gusta de sonreír a las verdades. ¿Cuáles son las tuyas? ¿Es fácil tomarte en serio alguna vez?
Soy, quizá, uno de los escritores españoles más serios, con un compromiso planetario alejado de la fanfarria política, del regionalismo con sus hablas y demás señas de identidad, del me too, del lenguaje inclusivo, del natalismo, del animalismo, etc. Otra cosa es que sea un firme defensor de la utilización del humor no sólo en la literatura, sino en la vida diaria.
-Reúno hasta seis frases. Paradigmáticamente poeta; antirromántico radical; escritor de culto que se mantiene ajeno a las modas; compulsivo y desequilibrado; eminente poeta español; célebre creador contemporáneo de gran talento. ¿Qué asumes de estas descripciones? ¿Eres más antirromántico que radical? ¿En qué medida eres compulsivo y desequilibrado tú, que pareces tan ordenado y meticuloso?
Lo contrario del orden no es el caos, sino el follón, y este es un campo que nunca he frecuentado. En cuanto a todas esas definiciones diría que, salvo excepciones adentradas en el mal gusto, cada vez me aparto más del radicalismo, si es que alguna vez fui radical, para entrar en un confortable distanciamiento.
-Poeta distante y objetivo, de imágenes de gran relieve, algo culturalistas y misteriosas. Imagino que aquí si te sientes concernido… Eres irónico, burlón, juguetón, sarcástico…
Me gusta lo de “imágenes de gran relieve”, a menudo paso las manos, furtivamente, por los pechos de las diosas esculpidas. Tampoco está mal lo de “misteriosas”, el poeta, y lo dijo John Ashbery (lo tengo citado en algún sitio), “debe dar vida a la obra de arte de modo que resulte difícil explicarla”.
-Pionero y fundador del ala extrema de la escritura novísima. ¿Esto es un piropo o una responsabilidad?
Parece que así lo creía Pedro Gimferrer en 1987. Un halago, sin duda, pero circunscrito al “ala extrema”.
-¿Cómo resume el poeta un libro como el de Fabrellas? ¿Es un análisis, una hagiografía o una lectura honda sin más?
El libro del profesor Joaquín Fabrellas, La condición radical, recién publicado por el sello zaragozano Libros del Innombrable, es el gratificante resultado de su tesis doctoral, que se centró en mi producción lírica.
-Publicas ‘Poesía reunida’, con bastante inéditos. Cuando has visto el libro entre las manos, ¿qué pensaste? ¿Es la poesía el gran artefacto de vida, tu mejor autorretrato?
“Poesía reunida” (el editor descartó “Poesía completa” al comprobar que yo aún estaba vivo y que, incluso, era capaz todavía de redactar algún poema) es el tipo de libro de porte y corte testamentario, diría que luctuoso, mortuorio. Ahí, en ese recipiente de más de quinientas páginas, descansa mi obra poética, que es como decir mi vida total, la obra poética que, indefectiblemente también, impregna mi obra narrativa y mi obra diaria de lector y observador. Dejo aparte ciertos pensamientos, en parte sombríos y en parte satisfactorios, que se produjeron cuando desde la editorial Planeta me informaron que catalogaban Poesía Reunida no como libro de actualidad sino como “fondo”,
-¿Sabe uno, tras medio siglo de escritura, de qué se escribe y a quien se desea perturbar?
No deseo perturbar a nadie. Sé que sólo los poetas leen poesía pero la cantidad de editoriales de poesía que abren cada año me hace pensar que esos lectores van en aumento. En mi caso ya no sólo escribo para mí y mis compañeros de fatiga, sino que, en un arranque de optimismo, pienso en un mundo que lea literatura, ya que lo que escribo, y así contesto a la otra pregunta, no tiene en un poemario su destinatario único, intento escribir sobre las cosas que me afectan y sin la incomodidad restrictiva de los géneros literarios.
-¿Qué te atreverías a decir de ti, hoy, ahora, que no habías dicho nunca?
Nunca he censurado mi escritura.
-¿Dónde te siente más poeta: en el verso o en la prosa o la intemperie, entre los pájaros y las aves carroñeras?
La poesía no está en la escritura, ni en la lectura, ni en la contemplación de la naturaleza. La poesía está en el modo de mirar, es un modo de ser.
-¿A qué poetas has dejado de admirar?
A ninguno. La poesía es un género literario tan amplio que, en él, cabe todo.
-Quédate con solo dos libros de poesía y dinos por qué.
Mis preferencias no han cambiado en estos últimos años. En primer lugar citaría Los muertos y los vivos, de Sharon Olds, en la traducción de Almagro Iglesias y Jiménez Arribas, de 1983, para Bartleby Editores, por el tratamiento de la intimidad domestica, familiar, incluido el erotismo. Y en segundo lugar Antología Poética, de Saint John-Perse, en la selección y traducción de Jorge Zalamea, de 1960, para la bonaerense Compañía Fabril Editora, por descubrirme que había otra manera de escribir poesía, la entonces llamada “poesía del inventario”.