Sobre este magnífico libro que editó Contrabando, darle a usted mi enhorabuena. Tuve la suerte de leerlo cuando salió. No obstante, y leyendo de forma asidua la página con la que colabora, El boomerang, tengo que pedirle disculpas por atreverme a encontrar una imprecisión en el último párrafo del día 3 de mayo. Una prima mía, cuyo nombre cita en su comentario por nombre Margarita, muy enfadada por otros aspectos, niega tal nombre como suyo. Su exnovio, casi perseguidor, de nombre Efesto, que aún ahora insiste en casarse hasta el cansancio, le controla desde la ventana día y noche. Esta prima mía, que es una mujer muy agradable, me ha pedido ayuda para la redacción de esta nota. Agradecería un comentario en donde nombrará a su novio, algo más joven que ella, que está de prácticas universitarias en una ONG por la zona montañosa frontera, no se decirle dónde. Por cierto que el muchacho no amaga con formalizar ningún compromiso, "amigos fuertes" dice. Esta parienta no tiene mucha suerte con los hombres. La prima
Señora Prima de Margarita. ¡Menudo lío, no sé si onomástico o sentimental! Parece que nadie se llama como debiera de llamarse, pero eso sí, el novio (¿yo mismo?), está cargado de buenas intenciones.
Le contesté enseguida, algo precipitada. Mucho mejor novio mío, no le defraudaré. Ignoro las normas de comportamiento en estos casos pero aprendo rápido. También muy agradecida por sus intenciones. Madurita
Caminaba por la calle Carbonerías, la única luz, hacia mitad de la calle, de una joyería de barrio, que amontonaba en el centro del oscuro rectángulo un montón de alhajas de segunda mano. Iluminadas desde arriba. En el lado derecho una mano sujetaba, entre el pulgar y el índice, un aro de oro, una alianza. Me resultó extraño el realismo que rezumaba aquella mano; la uña del dedo pulgar descascarada en los bordes, fuerte y agresiva. Miré el anillo, entrando en el otro dedo su tamaño era desproporcionado, no, desde luego, pensado para un dedo de la mano de una mujer. Tal vez, pensé, el comprador al que se dirigía el marchito establecimiento era lo que antes de convertirnos en tan correctos hablantes veníamos llamando Sarasas.
Una novedad de la iglesia católica ha introducido (no sé si publicado) en estos últimos tiempos es la posible boda "por detrás" de aquellos díscolos que insisten en su soltería. Eso sí, sin celebraciones y a ser posible, de oscuro. Ya se cuentan casos.
Otros, más tradicionales, siguen mandando el catálogo de anillos de pedida al buzón de casa;"amor rubor".
Paró el coche cuando se acercó a la estación de madera, cuando allí llegaban los trenecitos de cercanías; un bidón de brea era repartido rápido por los parches de tierra levantada. Entonces era frecuente ver la asfaltadora en su versión más primitiva. A nuestra derecha, bajo los plátanos de sombra, dos mujeres vociferaban y se estiraban de los pelos, cuando una de ellas, rápida, sacó de entre las faldas una tijera y le cortó una oreja a la otra. Mi madre sólo tuvo tiempo para decir "no miréis, no miréis!. El coche olía a brea, brea caliente.
7 comentarios:
Sobre este magnífico libro que editó Contrabando, darle a usted mi enhorabuena. Tuve la suerte de leerlo cuando salió. No obstante, y leyendo de forma asidua la página con la que colabora, El boomerang, tengo que pedirle disculpas por atreverme a encontrar una imprecisión en el último párrafo del día 3 de mayo. Una prima mía, cuyo nombre cita en su comentario por nombre Margarita, muy enfadada por otros aspectos, niega tal nombre como suyo. Su exnovio, casi perseguidor, de nombre Efesto, que aún ahora insiste en casarse hasta el cansancio, le controla desde la ventana día y noche. Esta prima mía, que es una mujer muy agradable, me ha pedido ayuda para la redacción de esta nota. Agradecería un comentario en donde nombrará a su novio, algo más joven que ella, que está de prácticas universitarias en una ONG por la zona montañosa frontera, no se decirle dónde. Por cierto que el muchacho no amaga con formalizar ningún compromiso, "amigos fuertes" dice. Esta parienta no tiene mucha suerte con los hombres.
La prima
Señora Prima de Margarita. ¡Menudo lío, no sé si onomástico o sentimental! Parece que nadie se llama como debiera de llamarse, pero eso sí, el novio (¿yo mismo?), está cargado de buenas intenciones.
Le contesté enseguida, algo precipitada. Mucho mejor novio mío, no le defraudaré. Ignoro las normas de comportamiento en estos casos pero aprendo rápido.
También muy agradecida por sus intenciones.
Madurita
Caminaba por la calle Carbonerías, la única luz, hacia mitad de la calle, de una joyería de barrio, que amontonaba en el centro del oscuro rectángulo un montón de alhajas de segunda mano. Iluminadas desde arriba. En el lado derecho una mano sujetaba, entre el pulgar y el índice, un aro de oro, una alianza. Me resultó extraño el realismo que rezumaba aquella mano; la uña del dedo pulgar descascarada en los bordes, fuerte y agresiva. Miré el anillo, entrando en el otro dedo su tamaño era desproporcionado, no, desde luego, pensado para un dedo de la mano de una mujer. Tal vez, pensé, el comprador al que se dirigía el marchito establecimiento era lo que antes de convertirnos en tan correctos hablantes veníamos llamando Sarasas.
Una novedad de la iglesia católica ha introducido (no sé si publicado) en estos últimos tiempos es la posible boda "por detrás" de aquellos díscolos que insisten en su soltería. Eso sí, sin celebraciones y a ser posible, de oscuro. Ya se cuentan casos.
Otros, más tradicionales, siguen mandando el catálogo de anillos de pedida al buzón de casa;"amor rubor".
No se descansa!
El lagrimal rezuma extrañeza de mano.
Paró el coche cuando se acercó a la estación de madera, cuando allí llegaban los trenecitos de cercanías; un bidón de brea era repartido rápido por los parches de tierra levantada. Entonces era frecuente ver la asfaltadora en su versión más primitiva. A nuestra derecha, bajo los plátanos de sombra, dos mujeres vociferaban y se estiraban de los pelos, cuando una de ellas, rápida, sacó de entre las faldas una tijera y le cortó una oreja a la otra. Mi madre sólo tuvo tiempo para decir "no miréis, no miréis!.
El coche olía a brea, brea caliente.
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