Familias como la mía
Luis Aceituno
El Periódico de Guatemala
15.03.22
Familias como la mía. Una frase que tomo prestada del escritor español Francisco Ferrer Lerín, que así titula una de las novelas que más me ha sacudido en los últimos años. La descubrí justo después de la muerte de mi padre, cuando las consideraciones sobre mi origen y mis nexos familiares atormentaban mi cabeza. El libro, humano, demasiado humano, me acompañó durante largo rato y desde entonces guardo lo que podríamos llamar una fuerte simpatía por su autor, al que también desconocía. Uno de los más grandes y extraños escritores de nuestro tiempo, reacio a las fi guraciones y al bombo, una inteligencia superior que no veremos paseándose en las ferias y los congresos. Un tipo casi secreto, poeta de aquella generación de los novísimos, dedicado a la ornitología y especialista en aves rapaces como los zopilotes. Su novela es un crudo testimonio, con un sentido del humor oscuro y devastador, sobre el descalabro de la familia burguesa durante la dictadura franquista en España, un régimen que escudó sus políticas autoritarias y represivas en la defensa de la institución familiar tradicional. No sé, se me ocurre que si los diputados leyeran o al menos sintieran un mínimo de curiosidad por la letra escrita, Familias como la mía de Ferrer Lerín sería una buena, para que llenen su ocio con algo más que libras de chicharrones y litros de whisky caro durante el próximo feriado largo de la Semana Santa. Quizá su lectura pueda ayudarlos a revisar y ampliar un poco ese concepto un tanto burdo y a todas luces discriminador que tienen de la institución familiar, ahora que les ha dado por legislar sobre el asunto. “Hombre, mujer y niño”, repiten en ese orden, como que si los hubieran obligado a aprenderse la locución de memoria o les hubieran inyectado un defectuoso chip, vía las vencidas vacunas Sputnik. Otro título sería El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Friedrich Engels, pero eso sería meternos en otros asuntos, y terminarían quemando el libro en acto de fe en pleno hemiciclo. Familias como la mía, y ahora sí hablo no de la de Ferrer Lerín sino de la propia, difícilmente entrarían en el limitado concepto de institución familiar que manejan tanto diputados y ministros como el Presidente de la República. Reacios a la lectura, ni siquiera le han dado un vistazo a informes y documentos sobre la realidad de un país que les da de comer y beber y que, a cambio, ellos se dedican a corromper y a saquear para asegurar su estatus de vida. En un país que defi ende la vida desde la concepción no deberían existir esas cifras escandalosas de desnutrición y mortalidad infantil, ni muertes por parto, ni niñas a cargo del Estado viviendo en condiciones infrahumanas y quemadas por las propias autoridades destinadas a protegerlas. Familias como la mía, medio disfuncionales, repletas de madres y abuelas solteras, eso sí muy dignas y trabajadoras, no serían el ejemplo preciso que diputados y presidente defenderían con esa retórica cínica, perversa y excluyente que han institucionalizado por decreto. Capital provida que apesta a muerte y a descomposición, a corrupción, a enfermedad y hambre.
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