Muchas
tardes, durante la primavera, Conchi Jiménez y tres de sus amiguitas se
montaban en el camión del manijero Pelanas cuando iba a vigilar los campos a
ver cómo andaba la cosecha. A menudo las niñas se quedaban en uno de los
cortijos y allí jugaban hasta que Pelanas las recogía. Una vez, jugando a las
comiditas, se restregó Conchi los ojos y le entró polvo de las espigas. Le
aplicó don Castedo, el médico del pueblo, varios remedios pero ninguno surtió
efecto. Pasaban las horas y luego los días y los ojos de Conchi seguían
encendidos como dos ascuas y el dolor le resultaba insoportable. Alguien habló
del cerro Cabezón, donde la Virgen Dolida. Y allí se fue toda la familia,
médico incluido. Pasaron el manto de la Virgen por el rostro de la niña y, de
golpe, los ojos expulsaron unas perlitas, cuajadas de porquería. Al salir del
santuario no sólo veía sino que veía muy bien, tan bien que descubrió un bando
de aves que volaban a inmensa altura. Nadie fue capaz de avistarlas y Conchi,
además, supo identificarlas: “Son alcatraces camorreros desviados de su ruta
habitual de migración”. La Virgen había curado e instruido. Casó luego con un
famoso ornitólogo japonés.
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Conchi
Jiménez Castro
30 niñas, Valencia, Leteradura, 2014.
4 comentarios:
Lo mejor del cuento el divertido final: Al salir del santuario no sólo veía sino que veía muy bien, tan bien que descubrió un bando de aves que volaban a inmensa altura. Nadie fue capaz de avistarlas y Conchi, además, supo identificarlas: “Son alcatraces camorreros desviados de su ruta habitual de migración”. La Virgen había curado e instruido. Casó luego con un famoso ornitólogo japonés.
El cuento es bueno todo el.
Ya conocía la historia y certifico que es verídica.
Brindo por esa niña que luce como si llevara un auténtico Tucci. Con un ossaria, no es para menos.
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