Nuevas carroñadas
Este es un informe, en cuatro capítulos no ordenados cronológicamente, que quiere ser balance no exhaustivo de las tentativas destinadas a alimentar en el monte a las aves necrófagas y, en general, a toda la fauna salvaje carroñera; tentativas alejadas de las grandes carroñadas, de los monumentales vertidos con despojos procedentes de mataderos que fueron prohibidos tras la histeria higienista, epítome del episodio de las vacas locas, histeria que también causó la clausura de los muladares, con el consiguiente desbarajuste vital de la mayoría de especies, incluso de las depredadoras por antonomasia y que, como todas, en mayor o menor medida, y por razones de ahorro energético, consumen carne muerta.
1.- El documento se titula “Pruebas con gallinas en corona junto al río Gas”. Consta de 24 folios escritos a mano y se guarda en una carpeta amarilla. Abarca el periodo comprendido entre el 19 de enero y el 23 de marzo de 1991. Trata sobre el vertido y diseminación de gallinas muertas en una corona (nombre local de las mesetas de no gran extensión) cercana a la Huerta de El Manazas, en el término municipal de Jaca. La finalidad del trabajo es conocer el comportamiento trófico de las aves necrófagas ante un número abundante de gallinas muertas tiradas en un lugar no habitual. Se realizan cinco descargues. Espaciados. En total 259 unidades. La carpeta ha aparecido, junto a otras muchas relacionadas con la ornitología, dentro del cajón inferior de una de las viejas cómodas de la vivienda desocupada que utilizo como almacén. Toda una sorpresa. No recordaba la existencia de la carpeta, ni siquiera la actividad a la que hace referencia el estudio. Un estudio realizado hace 29 años y que, dada mi actual edad, no permite una proyección a futuro de igual magnitud. Resulta evidente que en ese futuro no podré sorprenderme. Pero quizá haya alguien que sí se sorprenda. Alguien de mi sangre que aún no ha visto la luz.
2.- En mayo de 2018 traslado temporalmente mi residencia al hotel Muerte y Occipucio. Se trata de un establecimiento familiar, situado en la falda del monte Caspolino, en el que dispongo de una amplia suite, casi un apartamento. En los veranos, siempre incómodos, el hotel sufre una drástica transformación al dividirse en dos secciones, una, llamada Supremacistas, destinada a vascos y catalanes, y otra, llamada Maquetos y Charnegos, destinada a habitantes de las otras regiones españolas. En ese periodo, desayuno, como y ceno en mi suite, y las salidas al exterior las realizo a través de un pasillo, un pasadizo de cuando el hotel era una casa palacio fortificada, y que lleva directamente al garaje. Es Tilde, la gobernanta, quien, en exclusiva, se encarga de mis cuidados; limpia, hace la cama y sirve la mesa, situada junto al gran ventanal que da al norte, a las Praderías de Juan el Guarnicionero, en las que abundan las aves córvidas y algún busardo euroasiático (Buteo buteo). Ella, Tilde, siguiendo mis indicaciones, recoge de la cocina diversos restos cárnicos que disemina por las praderías para el consumo de urracas (Pica pica), cornejas (Corvus corone), cuervos (Corvus corax), milanos reales (Milvus milvus) y buitres leonados (Gyps fulvus), y hacer así más interesantes mis observaciones ornitológicas desde la terraza. Ayer descubrí que, en un descuido del cocinero, se echaron, mezclados con restos de pollo al ajillo, unos macarrones hervidos, y cuál sería mi sorpresa al ver que eran devorados con fruición por una familia de cornejas compuesta por dos adultos y dos jóvenes del año. Desgraciadamente, el mecánico que pone a punto el motor de mi silla de ruedas ha anunciado su visita a la misma hora en que echarán de nuevo macarrones, lo que no me permitirá hoy comprobar si ese hábito trófico se ha consolidado.
3.- Tirar, esparcir, arrojar las sobras de la comida doméstica desde mi terraza a la calle o al tejadillo de una caseta del huerto de las monjas benedictinas aledañas a mi vivienda, es una de las rutinas más agradables. Rutina que a veces se rompe al arrojar excesivo volumen de restos, como aquella vez que tiré por la ventana el contenido de la olla a presión, un guiso fallido, con la mala pata de que en aquel momento una vecina del piso inferior asomó la cabeza y parte del tronco; aún resuenan en mi cerebro los gritos, los insultos, tipo ‘guarro’, que profirió. Decidí entonces dejar ese tipo de residencias, de casas de pisos, y mudarme al extrarradio donde, en el chalé que me alquiló un jardinero, disponía de unas lomas desnudas a tiro de piedra en las que podía depositar mis desperdicios domésticos, amén de algunos otros procedentes del bar Cortinas y el burger Remedios. En esas lomas, en las que cuando vine a vivir aquí no había vida, logré recuperar la fauna, hasta el punto de que, cuando tuve que mudarme de nuevo, los milanos y los córvidos eran huéspedes habituales (tuve que mudarme por las denuncias reiteradas de una asociación de propietarios de perros que me acusaban de sacrificar algunos, mediante aplastamiento craneal, para llevármelos al prepirineo y así alimentar “alimañas”, precisaron).
4.- Con los años el concepto de muladar tradicional, estático, mutó al de muladar itinerante, al lanzamiento desde el coche en marcha de todo tipo de materia orgánica susceptible de ser aprovechada por aves carroñeras. Hubo tiempos de constante itinerancia, obligada por mis cambios de domicilio, acuciado por acreedores y estafados, hasta que al final, instalado definitivamente, aburguesado y feliz, en el amplio conjunto de fincas de mi propiedad, puedo realizar los descargues, de carne de primera, a bordo de un lujoso todo terreno. Pero la vida del ornitólogo de campo parece que nunca consigue ser una vida de color de rosa, voy a contar cómo acabó todo, cómo acabó la vida de Ferrer Lerín, individuo quizá demasiado confiado, rozando la condición de panoli. En Burgos, en la Big Bolera, conocí a Telma Brihuega Bienservida, y muy pronto quedé prendado de sus encantos. Vino a vivir a casa, en la finca La Habichuela, núcleo del conjunto patrimonial, convencido, como estaba, de que ella me quería y de que todo lo que me rodeaba, naturaleza salvaje, muladares rebosantes de piltrafas, buitres agradecidos, iba también a ser objeto de su devoción. Pero me equivoqué. Al principio disimuló. Pero el ocho de agosto del pasado año, a media tarde, viendo juntos en la tele un programa de marionetas, se levantó del sofá, encendió un cigarrillo Pall Mall y dijo que estaba harta, que ella o la carroña, que yo debía elegir, que debía hacerlo ya, que no aguantaba ni un minuto más en esa hacienda (me sorprendió el término “hacienda”). Siempre tengo a mano una orza repleta de ofidios venenosos, me puse un guante anticorte ambidiestro, extraje un manojo de víboras hocicudas (Vipera latastei) y se las arrojé a la vulva, que andaba entreabierta. Llamé con la campanilla a mi fiel Julián Mamarras, la desnudamos, quemamos su ropa y sus cosas, y llevamos el cuerpo (me di cuenta entonces que a luz del sol no resultaba tan maravillosa) al muladar de Peña Negra, situado frente al ventanal de la biblioteca. Estaba oscureciendo, los buitres ya no vuelan a esas horas, pero la mañana siguiente, después de la ducha y el desayuno (Cola Cao 0% azúcares añadidos, leche desnatada de Central Lechera Asturiana, Corn Flakes de Kellogg y una torta de Inés Rosales), me instalé en el gran sillón orejero frente al ventanal y esperé a que el sol calentara, a que se formaran térmicas para que las grandes aves necrófagas volaran sin dificultad. Bajaron unos doscientos buitres leonados, tres alimoches (Neophron percnopterus) y algún que otro milano real. Julián Mamarras me preguntó si retiraba los huesos, y ahí me equivoqué no haciéndole caso, yo esperaba, ingenuo, que algún quebrantahuesos (Gypaetus barbatus), especie ausente de la zona desde mediados de los sesenta, apareciera atraído por la osamenta descoyuntada... pero al atardecer fue una pareja de la guardia civil, de ronda por la zona a la captura de furtivos, quien encontró los restos.
Francisco Ferrer Lerín, Torredonjimeno, mayo 2022
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Texto publicado en el suplemento "La Lectura" del diario El Mundo. 26.08.22.
3 comentarios:
M = M
¿?
Telma Matel y la medusa vulvar.
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