Acontecimientos formales
A
Pep Duran Esteva y a Francisco Ferrer Lerín
Apud Arte y
transformación
Jesús Martínez Clarà
Barcelona, Avatar
ediciones, 2022
Páginas 247-249
Pep Duran
Esteva es escultor, pintor, artista de “assemblage”, escenógrafo del arte
catalán, tal como Tadeus Kantor lo era del arte polaco. Su interés por la
arquitectura y el espacio tiene carácter escenográfico en el buen sentido de la
palabra, aunque su estrategia con el absurdo es muy diferente a la del genio
del teatro moderno.
Este
artista ha dialogado con un poeta y escritor de talento reconocido que gusta de
grandes desafíos. En este caso, la colaboración entre ambos ha dado pie a un
gran mural y otras intervenciones en la llamada “Capilla “del Museo de arte
contemporáneo de Barcelona.
Duran
Esteva utiliza la acumulación como estrategia caógena del absurdo, recuerdo
alguna instalación en la que aparecían barras de pan apiladas, cajas con
clavos, apilamientos de ropa blanca que parecían sudarios, entonces pensé que
era una estrategia material de superposiciones y apilamientos, pero ahora, ante
esta nueva propuesta acumulativa y visto este retablo laico no puedo
interpretarlo más que como una alegoría contemporánea de la oblación crística.
Pocos
escritores ven, en vida, escritas sus palabras en materia sólida, en hierro,
mármol o cerámica. Francisco Ferrer Lerin, sí lo ha visto. Sus textos escogidos
por Pep Duran Esteva para hacer su obra escultórica dicen:
I. Son raros los
lugares sagrados que no disponen de un monstruo apostado en la entrada; es el
doble aspecto del símbolo, la conclusión del gesto del rayo.
II. Hay un friso,
moral y saludable, como freno al bisonte, al recurso de carne y cuero, que cierra
el flujo: letras cáusticas que marcan el final del universo.
III. La sangre es la
vida, de hecho, el vehículo de la vida, de la vida de los metales y del
presagio de la lluvia.
Ante
tales propuestas, el discurso crítico queda deshecho, desnaturalizado, de la
herida producida por tal poderío analógico, no pueden brotan más que palabras
torpes o similares metáforas. Solo cabe hablar de la luz blanquecina que entra
por las ojivas góticas de una capilla laica, en el que la cultura ha instalado
un altar laico, con un retablo laico de color lechoso en él que las formas
dúctiles del barro se cuecen con la alta temperatura de la cerámica. Un
retablo, ajustado al espacio que lo acoge.
Dicho
sea, que en las piezas cerámicas de Duran Esteva me ha parecido ver algún
jamoncillo de pavo, junto a sombreros, granos de café, panes y otros indicios
alimenticios. No debe extrañarnos esa preocupación nutritiva que se convoca en
los espacios litúrgicos, pues en ellos no se da otra cosa que la ingesta del
cuerpo de Cristo y la bebida de su sangre.
Pienso en
el lugar que acoge la exposición y en cómo el laicismo y la desamortización han
convertido iglesias y conventos en lugares de ocio, cultura o manduca. En el
Ventorro San Pedro Abanto que está situado en el alfoz de Segovia y enclavado
en un cruce de caminos, en un lugar de máxima intensidad religiosa. La tierra
de San Juan de la Cruz, hasta el siglo XIX y desde 1486, se mantuvo el culto en
esta antigua Iglesia Mudéjar y Convento de San Juan de Requijada, tras lo que
se convirtió en parada y fonda de arrieros: hoy del artesonado cuelgan por
doquier, pringosos jamones.
Veo
también a Paolo Soleri en Roma visitando en abril del 2008 “Dives in Misericordia”,
la famosa iglesia diseñada por el arquitecto, también constructor del
Macba: Richard Meier. En ella la mezcla
de cemento y mármol dan la característica tonalidad blanquecina que el retablo
de Duran Esteva y el Macba ya poseen. Soleri es un arquitecto visionario que
intuye formas que nadie ha visto y las construye en su proyecto Arcosanti, una
ciudad experimental en el que misticismo y arqueo-ecología desarrollan una
ciudad en medio del desierto de Arizona.
En sus textos, Ferrer Lerin, menciona el
monstruo apostado en la entrada. Un grupo de placas cerámicas están pintadas
con los colores enrarecidos de lo cotidiano, de la vida vulgar, con los tonos
terrosos, ofuscados del mal de vivir que debe transustanciarse, transformarse
para alcanzar la blanca luz del espíritu. Una alegoría al cambio necesario que
se produce en el espacio en el que se convoca lo divino. De la cruda materia al
oro resplandeciente. En segunda estancia
la alusión al retablo como lugar salvífico que nos aparta de la bestia y la
condena. En tercera una directísima alusión a la sangre de cristo como
redención y vida.
Si me dejo de interpretar y tan solo miro, veo cuatro franjas de 15 elementos, un total de sesenta piezas cerámicas que crean un número, provocan repeticiones y ritmos en los objetos, a tres a dos, a cuatro forman el retablo laico junto a la pieza escrita. La estructura posterior no se esconde, el soporte oculto es tan importante como el que vemos al llegar. En este retablo, la complejidad y precisión del cálculo matemático convive con la atmósfera indeterminada de la fe.
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