Menuda ciudad, donde Miquel Capellániz quería alcanzar el conocimiento de las cosas antes de que las cosas existieran, ¡vano deseo! ni siquiera interesó a Piero della Francesca que se conformaba con reconocer los rostros sin trapasar los límites de la piel. Saludos
ABUBILLA: ¿Acaso os burláis de la forma de mis alas? Sabed, extranjeros, que antes he sido hombre. EVÉLPIDES: No nos burlamos de ti. ABUBILLA: ¿Pues de quién?
El blog "In ictu oculi", administrado por Antonio Erena, incluye un texto de "Ciudad Corvina": https://antonioerena.blogspot.com.es/2018/02/soliloquio.html?spref=fb
QUÉ LUGAR. Sin duda el fin del mundo. Un erial PEDREGOSO con matas ralas de sabina al que llegué solo en mi viejo Chrysler 180. Me detuve porque ahí se acababa el asfalto. Y la carretera. Bajé. Paseando, a los pocos metros, DESCUBRÍ que me hallaba en el borde de una terraza fluvial y, al asomarme, EN EL FONDO DEL de aquel abismo oscuro, creí oír el rumor del AGUA corriendo entre los paredones calizos, o QUIZÁ un manantial junto al grupo de chopos que poblaban un saliente del cortado. Decidí volver al coche y, al girarme, vi que este SE MOVÍA, aproximándose, me sobrepasaba, Y desaparecía tragado por el límite de la meseta. No me inquietó ya que en su interior iban varias personas, muchas personas diría, en animada conversación y con los rostros sonrientes. Sin embargo, por curiosidad, regresé al filo. Había un camino, una especie de cañada, prolongación quizá de la carretera, que DESCENDÍA trazando curvas inverosímiles, cerradas y contraperaltadas. El Chrysler se había despeñado, nadie podía conducir con éxito por aquella trocha, quedando volcado, cabeza abajo, en la pequeña explanada contigua a la chopera. Esperé unos instantes antes de tomar una decisión y, de repente, empezaron a salir, de manera rápida pero ordenada, a través de las ventanillas, EN DIRECCIÓN A LA FUENTE, los risueños ocupantes. PESE a la distancia y A LA POCA LUZ me di cuenta de quiénes eran esas personas; se trataba de los componentes del Club de Lectura en el que yo había participado esa misma tarde. Faltaban algunos. Los que estarían atrapados en el amasijo de hierros retorcidos en que ahora, de improviso, se había convertido el automóvil. Entre los ausentes, mi amigo Esteban, carpintero regional, y Yolanda Pilmo, a la que adoraba. Por cierto, también faltaba yo, a mí tampoco se me VEÍA.
En efecto, señor Ferrer Lerín, a efectos legales, si Corvina tiene 46 páginas no es un libro. En España un libro es todo escrito mayor de 49 págs. Extraña lógica cuantitativa, en cualquier caso.
14 comentarios:
Menuda ciudad, donde Miquel Capellániz quería alcanzar el conocimiento de las cosas antes de que las cosas existieran, ¡vano deseo! ni siquiera interesó a Piero della Francesca que se conformaba con reconocer los rostros sin trapasar los límites de la piel.
Saludos
Cada vez me gustan más las cosas que escribes Leri
O fortuna
velut luna
statu variabilis,
semper crescis
aut decrescis;
O fortuna,
como la luna
el estado están en constante cambio,
son cada vez mayores y
y menguante...
[en terrible traducción].
¡Que llamen al comisario Orff!
Que Carl derrame su fortuna
sobre el derrotado Hubert.
Iseo cantará esta Ópera.
ABUBILLA: ¿Acaso os burláis de la forma de mis alas? Sabed, extranjeros, que antes he sido hombre.
EVÉLPIDES: No nos burlamos de ti.
ABUBILLA: ¿Pues de quién?
(Aristófanes, Las aves)
¿No pondría usted aquí algo del contenido de Ciudad Corvina?
El blog "In ictu oculi", administrado por Antonio Erena, incluye un texto de "Ciudad Corvina": https://antonioerena.blogspot.com.es/2018/02/soliloquio.html?spref=fb
¡Gracias!
"... alas, plumas, garras
de esas aves a las que tanto quise...".
Ciento ochenta
(Tema y subtema)
QUÉ LUGAR. Sin duda el fin del mundo. Un erial PEDREGOSO con matas ralas de sabina al que llegué solo en mi viejo Chrysler 180. Me detuve porque ahí se acababa el asfalto. Y la carretera. Bajé. Paseando, a los pocos metros, DESCUBRÍ que me hallaba en el borde de una terraza fluvial y, al asomarme, EN EL FONDO DEL de aquel abismo oscuro, creí oír el rumor del AGUA corriendo entre los paredones calizos, o QUIZÁ un manantial junto al grupo de chopos que poblaban un saliente del cortado. Decidí volver al coche y, al girarme, vi que este SE MOVÍA, aproximándose, me sobrepasaba, Y desaparecía tragado por el límite de la meseta. No me inquietó ya que en su interior iban varias personas, muchas personas diría, en animada conversación y con los rostros sonrientes. Sin embargo, por curiosidad, regresé al filo. Había un camino, una especie de cañada, prolongación quizá de la carretera, que DESCENDÍA trazando curvas inverosímiles, cerradas y contraperaltadas. El Chrysler se había despeñado, nadie podía conducir con éxito por aquella trocha, quedando volcado, cabeza abajo, en la pequeña explanada contigua a la chopera. Esperé unos instantes antes de tomar una decisión y, de repente, empezaron a salir, de manera rápida pero ordenada, a través de las ventanillas, EN DIRECCIÓN A LA FUENTE, los risueños ocupantes. PESE a la distancia y A LA POCA LUZ me di cuenta de quiénes eran esas personas; se trataba de los componentes del Club de Lectura en el que yo había participado esa misma tarde. Faltaban algunos. Los que estarían atrapados en el amasijo de hierros retorcidos en que ahora, de improviso, se había convertido el automóvil. Entre los ausentes, mi amigo Esteban, carpintero regional, y Yolanda Pilmo, a la que adoraba. Por cierto, también faltaba yo, a mí tampoco se me VEÍA.
Ferrer Lerín.
Bien flanqueado o guardia de corps.
Esperándolo estoy, Francisco. Seguramente me llegue esta semana. ¡Qué ganas!
Espero tu veredicto, Elías. Es la primera vez que publico algo en formato no estrictamente "libro"; "Cuaderno" lo llaman los editores.
En efecto, señor Ferrer Lerín, a efectos legales, si Corvina tiene 46 páginas no es un libro.
En España un libro es todo escrito mayor de 49 págs.
Extraña lógica cuantitativa, en cualquier caso.
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