Llevaba cuarenta años sin apretar un cuello. Me refiero a un
cuello joven femenino con resultado de asfixia. Fue pues un día grande este
domingo cuando se lo propuse y contestó alborozada que llevaba
esperando desde hacía mucho. No hubo problemas en la elección del
escenario y tampoco en la elección de la postura. A ambos nos pareció de perlas
la catedral de Jaén, en concreto la sacristía. Y en cuanto a cómo colocarnos, Malena quiso algo tradicional, sentada, y yo detrás de ella, situados frente a la cornucopìa de
la derecha, la que utilizan para contemplarse de cuerpo entero. Todo fue
estupendamente. Yo no había perdido el tino. Cuando se amorató en exceso
disminuí la presión hasta que, ya muy relajada, se me quedó dormida. Di al
sacristán, un anciano muy amable, una propina generosa, y le invité, aunque
rehusó, a acompañarnos a Chotaza, en la vecina Martos, a tomarnos unos churros,
que a Malena es que le encantan.
miércoles, 5 de agosto de 2015
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5 comentarios:
Se require una gran sensibilidad para saber cuándo hay que disminuir la presión, no basta con observar la intensidad del amoratado, también el pulso de la carótida, la tersura de la piel y el tono de los músculos del cuello.
Gracias por tu consejo, maestro Cornadó; no sabía de tus artes estrangulatorias.
Qué cosas señor Ferrer Lerín...
Perfecto relato, la mano del mago Lerín
Cosas que sólo se parecen a esa amigable y minuciosa pulcritud que caracteriza algunas zonas del estilo ferrer-liriniano. Uno lee esto y, pese a todo, siente que el mundo ha mejorado.
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