Entraba en la casa, grande, subía las escaleras, dejaba atrás el comedor sumido
en la penumbra y, guiado por una luz poderosa, desembocaba en el salón en el
que ahora se comía y en el que mi padre, sentado de espaldas a la puerta, me
lanzaba, así de sopetón, sin poder verme todavía, un misterioso “¿estás
regresando?”. ¿Mi padre vivía aún? No parecía alegrarse de mi irrupción, ni
tampoco el adolescente gris que apenas levantaba los ojos del plato, ni tampoco
mi madre, de pie, como llegando de otro lugar, y que adoptaba una actitud que
podríamos definir como huidiza. Pero, ¿qué casa era esta?; la puerta de la
calle, el recibidor y las habitaciones que se adivinaban a derecha e izquierda
resultaban desconocidas; sin embargo las escaleras y el comedor eran de la casa de mis abuelos
maternos y el salón era el de la casa de mis padres. ¿Y yo quién era?; entraba
en ese domicilio y avanzaba con total desenvoltura cruzando diversas estancias y
me sorprendía al ver que mi padre estuviera allí (había fallecido hacía tanto
tiempo), mas no su gran parecido conmigo; de hecho me reconocía más en él que
en su hijo, personaje que según la lógica más elemental debía ser yo, aunque
podía ser Ricardo, mi hermano gemelo, al que, en esos años, encontraron
ahorcado.
martes, 14 de abril de 2015
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1 comentario:
Con el tiempo, los espacios sufren una deformación, unos con otros llegan a formar una macla que a veces es de "contacto" y otras de "compenetración". Nuestros recuerdos suelen habitar en estos espacios cristalográficos donde las identidades se confunden, producen también maclas. Podríamos decir que "el sueño del espacio produce identidades complejas"
Un abrazo
Francesc Cornadó
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