martes, 14 de abril de 2015

Dos o tres casas



Entraba en la casa, grande, subía las escaleras, dejaba atrás el comedor sumido en la penumbra y, guiado por una luz poderosa, desembocaba en el salón en el que ahora se comía y en el que mi padre, sentado de espaldas a la puerta, me lanzaba, así de sopetón, sin poder verme todavía, un misterioso “¿estás regresando?”. ¿Mi padre vivía aún? No parecía alegrarse de mi irrupción, ni tampoco el adolescente gris que apenas levantaba los ojos del plato, ni tampoco mi madre, de pie, como llegando de otro lugar, y que adoptaba una actitud que podríamos definir como huidiza. Pero, ¿qué casa era esta?; la puerta de la calle, el recibidor y las habitaciones que se adivinaban a derecha e izquierda resultaban desconocidas; sin embargo las escaleras y el comedor eran de la casa de mis abuelos maternos y el salón era el de la casa de mis padres. ¿Y yo quién era?; entraba en ese domicilio y avanzaba con total desenvoltura cruzando diversas estancias y me sorprendía al ver que mi padre estuviera allí (había fallecido hacía tanto tiempo), mas no su gran parecido conmigo; de hecho me reconocía más en él que en su hijo, personaje que según la lógica más elemental debía ser yo, aunque podía ser Ricardo, mi hermano gemelo, al que, en esos años, encontraron ahorcado.


1 comentario:

Francesc Cornadó dijo...

Con el tiempo, los espacios sufren una deformación, unos con otros llegan a formar una macla que a veces es de "contacto" y otras de "compenetración". Nuestros recuerdos suelen habitar en estos espacios cristalográficos donde las identidades se confunden, producen también maclas. Podríamos decir que "el sueño del espacio produce identidades complejas"
Un abrazo
Francesc Cornadó