martes, 10 de julio de 2018

Jowett Javelin


























¿Qué habrá sucedido esta noche? Es como si mis neuronas, en vez de seguir su proceso destructivo, se hubieran dado un respiro iniciando la recuperación, al menos de algunas de sus conexiones. He despertado con el recuerdo nítido de un sueño. Un sueño que fue recurrente hace muchos años y del que sólo mantenía una tenue memoria. Circulaba por una carretera con muchas curvas y fuertes pendientes, una carretera que recorría una zona de montañas próxima a mi lugar de veraneo. Y pese a que en esas fechas yo debía de ser un niño, me hallaba al volante de un automóvil, quizá el Jowet Javelin que mi padre compró a su socio Enríquez en Madrid, y, además, la presencia ya no incipiente de chalés diseminados por las laderas, heridas de muerte por pistas y caminos de tierra, denotaba un tiempo posterior a mi infancia. Pero mi angustia radicaba en no saber dónde me llevaría la carretera, en qué punto del pueblo desembocaría y cómo iba a llegar hasta nuestra casa que ahora veía desdibujada en su aspecto y en su emplazamiento. El sueño terminaba aquí, pero tenía como una continuación carente de imágenes, a excepción de la figura de una abubilla posada al borde de un camino que yo observaba cuando iba andando hacia la finca de unos familiares. Y la imagen de la abubilla me hacía reflexionar, aunque quizá esta reflexión no perteneciera sensu stricto al sueño; me hacía reflexionar sobre qué grandes aves voladoras surcarían esos cielos en esos años tan poco proclives a la prospección. Porque para mí aquella no fue una época ornitológica, mi interés por las aves era inexistente (me centraba en reptiles y anfibios) por lo que deduzco que, efectivamente, la reflexión no formaría parte del sueño, quizá se limitara a una premonición del niño que contempla la abubilla.   

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Francisco Ferrer Auger y el Jowett Javelin.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

aunque le falta fluidez tiene una carga argumental muy potente.

Otro anónimo dijo...

No exageres, Anónimo. El relato es entrecortado, como gusta a Lerín y además puede ser la respiración de un durmiente

Anónimo dijo...

veo que el autor ha dado más fluidez al relato, obediente criatura

Anónimo dijo...

A ver... el niño que cuenta la historia ya se esfuerza bastante contándosela a don Paco para que ahora, en el momento de la atenta y amable lectura, los lectores se repartan en remilgos y chupadas de muelas.

Francesc Cornadó dijo...

Parece demostrado que la evolución del sueño de anfibios y reptiles a aves supone una evolución también en la capacidad de conocimiento de los individuos soñantes. Es claramente un signo de madurez intelectual.
Saludos
Francesc Cornadó

Chanate dijo...

Sí, señor Cornadó, y no olvidemos que en ciertos reptiles alados ya se manifestó el artilugio-utensilio llamado pluma, con su "tubo o cañón inserto en la piel y [...] eje con barbillas", como dice el gran libro de la lengua (arrumbado en no sé qué bodegas).
El verdadero sueño guiado por una cobertura alada, esa continuidad; desde esos reptiles algo plumíferos hasta las pantallas donde leemos este inquietante blog.

Anónimo dijo...

¡Sueños del Concornis lacustris!

Anónimo dijo...

Soberbia la fotografía del padre junto al vehículo.