Muchas veces el excesivo autoritarismo de los padres
produce efectos nocivos a sus vástagos. Es el caso de Mariety que, en un diario
hasta ahora secreto, escribe: “Cuando hice la primera comunión mi padre me
regaló una armónica en miniatura, marca Hohner, de plata, con una cadenita. Por
lo que sea, un día se soltó de su cadenita, me la llevé a la boca y me la
tragué sin querer. No me atreví a decirlo y tampoco nadie me preguntó. Unos
meses después mis padres me llevaron al médico porque tenía fiebre y me dolía
mucho la garganta. Resultó que tenían que extirparme las amígdalas. Yo no sabía
nada de amígdalas y simplemente me explicaron que tenían que quitarme de la
garganta algo que no debía estar allí porque era lo que me producía el dolor.
Estaba segura de que se trataba de la armónica. Me aterraba que descubrieran
que me la había comido y que no había dicho nada.” El diario termina aquí.
Mariety fallecería antes de ser operada sin que los médicos aclararan los
motivos. Y la historia también terminaría aquí si no fuera por Julián Mamarras,
el enterrador del cementerio donde se inhumó el cuerpecito de Mariety. Mamarras
era dado a la astronomía y muchas veces al oscurecer, con el buen tiempo, se
tumbaba sobre una losa, elegida al azar, y escudriñaba el firmamento. Una
noche, sería a principios de agosto, oyó un sonido muy agradable que parecía
surgir del interior de la tumba. Sobresaltado, leyó, a la luz de la luna, la
inscripción sobre la que había reposado su espalda. Se trataba de una niña.
Muerta hacía poco. Permaneció un rato immóvil, atento. Y aunque el sonido aún
se percibía, se iba atenuando, hasta desaparecer al avanzar la noche. Volvió
Mamarras al día siguiente. Y el fenómeno se repitió. Y así en las jornadas
sucesivas. Una musiquilla que en el crepúsculo sonaba con cierta potencia y que
al pasar las horas desaparecía, como si el frescor nocturno no le conviniera.
Julián avisó al forense y, en presencia de los autoritarios padres, se exhumó
el cadáver, ya descompuesto. Descomposición que producía gases, virulentos a
las horas de calor y que, acumulados, se expandían al atardecer, dando vida al
instrumento.
domingo, 15 de febrero de 2015
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2 comentarios:
Sorprendente relato.
Relato musicalmente espeluznante. Melodías fatuas, que no fuegos...
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