El
tercer plano ¿será la muerte? ¿Desde la muerte soñamos/vemos lo que hoy nos
parece la realidad y sus sueños correspondientes? En “El muro”, en su última
frase “Y no era yo”, ¿se prefigura ese visionario difunto?, ¿ha ocurrido algo
que haya propiciado un salto entre despertar a la realidad actual y despertar a
la realidad auténtica, la propia de los muertos? También, en “Despertó en cama
extraña”, se duda de si el despertar del protagonista corresponde a la realidad
actual o a la realidad auténtica. En cambio, en “Un mar de dudas” se juega con
la duda tradicional de si los sueños son la realidad y que estos, a veces,
abren una ventana a la falsa realidad que es en la que ahora nos movemos; no se
baraja una tercera opción.
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El muro
Coroné
el muro. Sin dificultad. Y desde arriba vi lo que no quería ver, una inmensidad
gris en la que el cielo, o las nieblas y nubes del cielo, se confundían con el
horizonte, no muy lejano. Decidí seguir, progresar hacia el Norte, pese a lo
tenebroso e incierto de lo que imaginaba. Tanteé la posibilidad del salto, mas
la tierra que se me ofrecía debía de ser pantanosa y temí quedar atrapado.
Descendiendo esa cara oscura del muro, como una salamanquesa, adherido, lento,
recordé aquel viaje a Alemania a observar pigargos, aquel atardecer o amanecer
en que paré el coche y me acerqué, caminando, al muro que cerraba el
septentrión. Y esto era lo mismo: frío, humedad, silencio. Avancé. Usaba
zancos. Y, a unos metros, difuminada, surgió una forma. El Crucificado, pensé.
Pero era mujer, Kelly LeBrock. Transformada. O en transformación. Y al
acercarme, ¿o se acercaba ella?, cobraba luz, y mucho color. Esa mujer, ¿cómo
apareció?, ni siquiera sé si se encontraba allí. Formada, sin duda, por retazos
de otras, lucía falda de muselina, refulgente, que ondeaba sin que soplara el
viento. Quise abrazarla. Así, de pie. Contra la nada. A mi manera. Tan grande
la pasión, que desperté. Y no era yo.
(Página
131)
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Despertó en cama extraña
No dormía con su esposa
desde mil novecientos ochenta y cuatro, ni en la misma cama ni en el mismo
cuarto; lo decidieron cuando las fiebres. Pero hoy, al despertar, ella estaba a
su lado, acurrucada, aunque vuelta hacia el lado izquierdo donde, por cierto,
descansaban otras personas que él creyó con vida.
(Página 102)
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Un mar de dudas
A principios de los ochenta
soñaba, a menudo, que aún seguía en la Universidad siendo no obstante
consciente, en el sueño, de que la carrera la había acabado hacía años. La acción
se situaba en un periodo inicial del curso; de hecho, aunque estaba sentado en
un aula, no quedaba claro si me había matriculado y esa duda planeaba a lo
largo de todo el sueño causando, claro está, cierta zozobra.
Una década antes había sido
otro el sueño recurrente. Seguía en el Ejército y tenía que ponerme el uniforme
a toda prisa para someterme a revista. Lo curioso es que, en la realidad, nunca
vestí de uniforme ya que estuve destinado en una sección de apariencia civil.
Al reflexionar hace un
tiempo sobre el porqué de la reiteración del primer modelo de sueño rechacé
todas las teorías que apuntaban al retroceso, a la nostalgia, a la necesidad de
volver atrás para recuperar el tiempo perdido, llegando a la conclusión de que,
los soñados, fueron años de gran aburrimiento, que ese era el problema, el
aburrimiento, el no tener nada que hacer, el matar el tiempo, el buscar
soluciones como asistir a clase en la universidad, pese a tratarse siempre de
la misma asignatura, para ocupar las interminables horas. En cuanto a ponerme
con prisas el uniforme militar; nunca me ha gustado que me agobien.
Sin embargo, hoy, analizando
con calma los acontecimientos, creo descubrir cierta falsedad que no se
corresponde a esa condición fundamentada que se atribuye tradicionalmente al
acto de soñar. Empezando por el uniforme, no parece necesario ejemplarizar la
angustia del apremio mediante una circunstancia que nunca se dio. Y respecto al
aburrimiento, no encuentro en mi biografía ningún periodo en que imperara esa
circunstancia. Sólo se me ocurre, entonces, que hubiera un segmento de mi vida,
del que no guardara recuerdo, en el que se dieran estos hechos: usar uniforme
militar y no tener una ocupación que ahuyentara el fantasma del aburrimiento.
Desde la infancia escribo un diario; lo he repasado y ahí no hay nada. Entonces
sólo cabría pensar que los sueños fueron la verdadera vida y que en ellos no
escribiera un diario que pudiera despejar estas incógnitas. O que el diario sí
existiera y que fuera incapaz de hallarlo tras tantos cambios de domicilio. A
lo que habría que añadir, en este punto, una nueva cuestión: ¿desde qué plano
de la existencia estoy escribiendo en este blog?
(Páginas 97-98)
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Mansa chatarra
Jekyll & Jill editores
Zaragoza, 2014
5 comentarios:
Gracias por los libros, Señor Lerín.
A usted por leerlos.
Estupendo
Me gusta más el libro así (más sobrio y elegante) que con la sobrecubierta.
"... ¿ Soy yo el que sueña la noche? ¿ O me he convertido en el teatro donde alguien, o algo, desarrolla sus espectáculos, en ocasiones burlescos, en otros casos repletos de una sabiduría inexplicable? Cuando pierdo el control de las imágenes con las que se teje la trama más secreta, la menos comunicable de mi vida, ¿Su unión imprevista tiene alguna relación significativa con mi destino o con otros hechos que me superan? ¿O es necesario creer que asisto tan sólo a la danza incoherente, vergonzosa, miserablemente simiesca, de los átomos de mi pensamiento, abandonados a su capricho absurdo ? ..."
A. Béguin. "El alma romántica y el sueño".
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