EL MONSTRUO
Acabé con la provisión de pollo en un santiamén y mi
plato quedó colmado de huesos.
Mickey Spillane
Oí gritar “Fenk-Fenk” y comprendí
de qué se trataba. Otra vez había vuelto después de varios años. Pero nunca se
le lograba ver a la luz del sol o por varias personas al unísono. Y ahora
parecía derrumbarse la costumbre. Varios lo habían contemplado. Tranquilamente
ubicado en el centro de la era Truci el monstruo permanecía en el estado que le
permitía su elevada edad. Los campesinos de la granja eran los más próximos.
Sus turbantes violáceos de gasa sutil ondeaban casi sueltos por las
innumerables idas y venidas en todas direcciones. Intenté infiltrarme hasta la
primera fila. El sol en su trabajoso ocaso dañaba mis ojos y me obligaba a
protegerme con las manos. Ahora conseguía ver bien. Realmente su talla
sobrepasaba cualquier cálculo pero tanto el color como la forma parecían
vulgares. La cola necesariamente debía de tener unos veinte pies. Era lo más
sobresaliente. También las orejas y la longitud del pelo impresionaban. Además
surgía de un modo constante una llama verdosa de las fauces semicerradas que
pude vislumbrar como huidizas. Sin embargo como ya he dicho antes el color y la
forma no asombraban al principio. Mas al cabo de algún tiempo me pareció
reconocer un cierto tono frío en su aspecto general. Quizá era el efecto del
largo rato transcurrido con el consiguiente enfriamiento tras la puesta de sol.
Había luego una aureola que no dejaba de inquietarme. Era una aureola lívida y
carmín que aumentaba al mismo tiempo que mis ojos se acostumbraban a la
oscuridad reinante. No podía dejar de chocar al buen sentido lógico de aquellas
gentes el extraño fenómeno de la evidente luminosidad de aquel ser. A mí
también me sorprendía. Tracé con el dedo índice un movimiento bascular y noté
satisfecho que mi dedo era transparente. Ahora las fauces variaban mucho más
deprisa. A lo mejor su traslación corría excesivamente para poder ser
registrada por mis ojos ya fatigados y la llama verdosa daba el efecto de
invadir toda la extensión de la bestia. Por eso quise darme cuenta sucintamente
de cuál era su forma que seguía siendo vulgar. La comparé al principio a una
piel de carnero pero desdeñé rápidamente la idea por ser la piel demasiado
viva. Pensé luego en el corcho arrancado de los alcornoques del bosque Hert
pero no hallé el límite de la zona más clara. Indudablemente se trataba de una
forma difícil de una forma cercana puede a un cuerpo geométrico desposeído de
aristas. Un cubo de lados infinitos pero reducido al tamaño de un huevo de pato
por ejemplo. O un halo de puntos en la intersección de las líneas aromáticas
del profesor Ludel. Olvidé momentáneamente la persecución formal y me fui
inclinando al socaire de la brisa. Debía de ser bastante tarde. Estaba solo.
Llorando de eso no me cabía duda. Y el monstruo aprovechaba estas
circunstancias para desvanecerse un poco. Volví en mí y logré atenazar la
última parte de la bestia que casi ya había traspasado la barrera de la noche.
Era una parte pequeña pero comprendí que se trataba de la más importante.
Parecía que la guardase para el final por si era sorprendido y debía mostrar
algo. Me acerqué aunque resultó imposible. La distancia permanecía inalterable.
Decidí hablarle sobre alguna cosa que él comprendiera como por ejemplo sobre
los campesinos que por cierto no habían hecho ruido alguno al desaparecer.
Medité un momento en qué idioma debía dirigirme pero ninguno de los que conocía
me pareció bueno. Aguardé un instante y comencé a susurrar. El susurro surgió
con una violencia extraña. Callé en seguida y volví a sumirme en el silencio.
Conté los pasos que me separaban de la fiera y coloqué mis miembros en posición
de salto. No sé por qué pero deseé maltratarle. Resultaba odioso de repente e
incluso sus ojos no tenían suficiente belleza. Salté. Y caí sobre el pavoroso
ser que comenzó a devorarme las hojas bajas. No experimenté ninguna sensación
dolorosa a lo sumo un cosquilleo algo enervante. Intenté desprenderme. El
monstruo desparramaba al moverse un viento de lluvia y todo el cuerpo me quedó
empapado. Ahora me dolía tremendamente algo. Algo como una extremidad lateral.
Algo que hasta entonces nunca había poseído. El monstruo cedía en su abrazo y
nuevamente estiré en la dirección que él no podía mantener como idónea. La
maniobra dio resultado y logré desasirme. Dando tumbos volví a la posición
inicial con su consiguiente separación y volví a llorar desprendiendo un jugo
blanco de las articulaciones altas. Amé al monstruo en aquel instante ya que me
permitía existir. Su hocico se convirtió tajantemente en una mano y deseé ser
acariciado. Extraje del bolsillo un bombón brillante y dudé entre comérmelo y
entregárselo. Hice lo primero pero había perdido el gusto. Vi colgadas del
cielo cientos de maletas. Y comprendí que se estaba acabando el verano y que
pronto habría que partir. Hablé por teléfono y la voz no correspondió a nada.
Vi al monstruo hendiendo el tiempo con su pata mediana. Y me di cuenta de que
había concluido por ahora la posibilidad de soñar.
1963
11 comentarios:
Y a el señor Camilo José, ¿qué le pareció?¿monstruo mostruoso o solo monstruo?
Pi
http://www.uniliber.com/ficha.php?id=2831223
Amparito (nº pi): al señor Camilo José le gustó mucho mi monstruo y, por cierto, yo no sabía que hubiera separatas del mismo a la venta, tal como señala Anónimo.
Pues escaneenos el contenido ¿no? ¿O nos tendremos que comprar la separata?
Ni en el CSIP se lleva ya lo de repartir separatas... aunque les ha costado aconstumbrarse a las nuevas tecnologías...
3,1416
Bueno, bueno, que no sabía que estuviera a la venta. La imagen de la cubierta es de internet; no tengo ese número de Papeles y tampoco separatas que, por cierto, las de esos años y de este tipo de publicaciones eran verdaderas obras de arte. El texto es un copia pega a partir del "manuscrito" del libro "Ciudad propia".
Qué mal genio ¿no? ese Anónimo.
Indudablemente se trataba de una forma difícil de una forma cercana puede a un cuerpo geométrico desposeído de aristas.
Tanto tiempo esperando el portento por fin un día tercio cierto aparece.
Yo, como creo que usted don Francisco, creo a veces que siempre estoy soñando.
Hendiendo el tiempo con su pata mediana.
En mi último sueño, trataba yo de rescatar una ristra de flores moradas colgadas de la última cuerda del tendedor...
Mirando hacie el precipicio me debatía ante la duda de si, arriesgar la vida por ello, sería moralmente aceptable.
Soñaría ser árbol sin esfuerzo y sun dudas morales
3,14159
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas
aunque fuere con sonrisas?
De su poema EXILIO, de Alejandra Pizarnik
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