No conocía a G.A. Diría que tampoco hoy le conozco pese a haber asistido a una conferencia suya sobre el peliagudo asunto titulado “El origen del mundo”. Fue en el Salón de Ciento de la ciudad de Jaca y al entrar, la sala llena, vi no a uno sino a dos conferenciantes, sentados, muy juntos uno del otro, en un lateral del estrado; la razón era que el proyector y la pantalla ocupaban la totalidad del espacio central. De improviso, quien lucía una esplendorosa cabellera presentó a quien llevaba la cabeza afeitada: G.A., estaba claro, que inmediatamente, y por espacio de unos 60 minutos disertó sobre la peripecia de la tela de Gustavo Courbet que representa un pubis femenino en plano anatómico. G.A. parece disfrutar en especial con el desempeño de tres empleos. El primero, épater le bourgeois. El segundo, recrear tramas policiales. Y el tercero, lucir las fuentes de su información extrayendo como de una chistera variados libros, opúsculos y cuadernos de bitácora. El resultado fue sorprendente. Nadie de la sala se escandalizó con la omnímoda presencia de la vulva en pantalla gigante pese a que ni la media de edad, ni la profesión, ni las devociones de los asistentes parecían coincidir con las propias de un diletante seguidor de ese tipo de obras pictóricas y además, y esto es aún mucho más notable, nadie dio muestras de fastidio ante el apabullante despliegue de fechas, citas y ediciones de bibliófilo. Pero las cosas son así, Jaca es una ciudad avanzada y la sociedad española demuestra, en general, no sólo madurez sino un aceptable grado de educación e instrucción, y perdón por lo que tiene de oportunista usar, en estos días, estos dos términos.
Pero mentiría si dijera que la conferencia de G.A. me aburrió o me dejó indiferente. Todo lo contrario. Para empezar confesaré que puse en riesgo mi inmaculado carné de puntos para conseguir llegar a la hora al acto: imaginaba que “El origen del mundo” iba a producir más de un sonado rechazo entre el público y, por otra parte, quería ver y oír al profesor de filosofía famoso tanto por su rica escritura como por la veloz deriva de su pensamiento político. Pues bien, dicho ya que el público me sorprendió y que lo hizo gratamente, afirmaré que el conferenciante también me dejó sorprendido pero, en su caso, la sorpresa no tuvo nada de gratificante. El presentador debió dejarle solo. Tras las elogiosas palabras introductorias, el caballero de la esplendorosa cabellera, tenía que haberse levantado y permitir que la figura del orador se viera acompañada en exclusiva por las carteras repletas de libros y el manto de cuartillas que desbordaba la mesa: G.A. no necesita protección, es un excelente comunicador que maneja todo tipo de recursos. Pero, la verdad, yo esperaba otra cosa. Un especialista en Spinoza, un hombre que fue alumno aventajado de Althusser, que luego tuvo la osadía de declararse “comunista muerto”, que se alineó sin tapujos con las tesis antiárabes del gobierno de Israel, un provocador que desde El País llegó a El Mundo para acabar en La Razón tiene, eso es seguro, un amplio repertorio de historias que contar y, si elige un pretexto como la obrita de Courbet, es de esperar que sea no para enumerar la nómina de propietarios que tuvo la misma sino para analizar el porqué de la decisión del artista en elegir tan singular sujeto y, con el caudal de herramientas que se le supone, concluir las consecuencias estéticas, éticas, en suma políticas, que de ella derivaron. Pero no fue así. E ignoro el motivo. Quizá el problema resida en esa necesidad algo extendida, entre intelectuales comprometidos, de banalizar el discurso ante auditorios no proclives a la recepción de soflamas.
Heraldo de Aragón
11/10/07
miércoles, 9 de abril de 2008
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