sábado, 30 de enero de 2010

Visiones

Fue de sorpresa en sorpresa durante su primera jornada en el gigantesco Instituto Germánico de Ornitología. Era como una ciudad; cada especie de ave disponía de un Departamento de Estudio, con su propio complejo de edificios. Su infancia campesina observando los cernícalos, la elección del bachillerato de ciencias, la Facultad de Biología, el doctorado. Y ahora la beca que le iba a permitir trabajar en esta prestigiosa institución. “Hay aves que usan la luz ultravioleta para encontrar alimento; sabemos que a veces los cernícalos buscan su presa gracias a la detección de los rastros de orina dejados en el suelo por los roedores ya que ese licor refleja el ultravioleta”, dijo el Doctor Tugues en la disertación que cerraba el acto de inicio del curso. Pero fue al atardecer, al cruzar la parte norte del parque camino del anexo de apartamentos, cuando descubrió una peculiar construcción, un pabellón cilíndrico, tenuamente iluminado, de altura indefinida ya que lo cubría la niebla. Preguntó y juraría (su conocimiento de la lengua alemana no era perfecto) que le respondieron que era el almacén de registros. El lugar donde se guardaban, donde se iban guardando, todas las ‘visiones’, todo lo que veían, todo lo que han visto, todos los ejemplares de Falco tinnunculus desde que existía la especie. ¿Era eso posible? Ondas, frecuencias, partículas diseminadas y ahora capturadas. Necesitaba descansar. Un sueño reparador. Mañana sería otro día.

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Para Cani, y su Pavilion.

miércoles, 27 de enero de 2010

Un mar de dudas

A principios de los ochenta soñaba, a menudo, que aún seguía en la Universidad siendo no obstante consciente, en el sueño, de que la carrera la había acabado hacía años. La acción se situaba en un periodo inicial del curso; de hecho, aunque estaba sentado en un aula, no quedaba claro si me había matriculado y esa duda planeaba a lo largo de todo el sueño causando, claro está, cierta zozobra.

Una década antes había sido otro el sueño recurrente. Seguía en el Ejército y tenía que ponerme el uniforme a toda prisa para someterme a revista. Lo curioso es que, en la realidad, nunca vestí de uniforme ya que estuve destinado en una sección de apariencia civil.

Al reflexionar hace un tiempo sobre el porqué de la reiteración del primer modelo de sueño rechacé todas las teorías que apuntaban al retroceso, a la nostalgia, a la necesidad de volver atrás para recuperar el tiempo perdido, llegando a la conclusión de que, los soñados, fueron años de gran aburrimiento, que ese era el problema, el aburrimiento, el no tener nada que hacer, el matar el tiempo, el buscar soluciones como asistir a clase en la universidad, pese a tratarse siempre de la misma asignatura, para ocupar las interminables horas. En cuanto a ponerme con prisas el uniforme militar; nunca me ha gustado que me agobien.

Sin embargo, hoy, analizando con calma los acontecimientos, creo descubrir cierta falsedad que no se corresponde a esa condición fundamentada que se atribuye tradicionalmente al acto de soñar. Empezando por el uniforme, no parece necesario ejemplarizar la angustia del apremio mediante una circunstancia que nunca se dio. Y respecto al aburrimiento, no encuentro en mi biografía ningún periodo en que imperara esa circunstancia. Sólo se me ocurre, entonces, que hubiera un segmento de mi vida, del que no guardara recuerdo, en el que se dieran estos hechos: usar uniforme militar y no tener una ocupación que ahuyentara el fantasma del aburrimiento. Desde la infancia escribo un diario; lo he repasado y ahí no hay nada. Entonces sólo cabría pensar que los sueños fueron la verdadera vida y que en ellos no escribiera un diario que pudiera despejar estas incógnitas. O que el diario sí existiera y que fuera incapaz de hallarlo tras tantos cambios de domicilio. A lo que habría que añadir, en este punto, una nueva cuestión: ¿desde qué plano de la existencia estoy escribiendo en este blog?

domingo, 24 de enero de 2010

Covarrubias, Valencia, aves.

En el prólogo a la edición facsímil (1943) del Tesoro de la Lengua Castellana o Española (1611) acude Martín de Riquer a Ángel González Palencia para seguir la biografía del autor. Así sabemos que Don Sebastián de Covarrubias Horozco nació en Toledo el 7 de enero de 1539, falleció en Cuenca el 8 de octubre de 1613 y que su relación con la ciudad de Valencia fue la siguiente:

En 1596 fue escogido por el Nuncio de su Santidad para llevar a cabo el proyecto de instrucción de los moriscos de Valencia, lo que el Rey le comunicó en carta firmada el 2 de diciembre de dicho año, en la que hace resaltar sus “letras, inteligencia y entereza”. En su gestión, Covarrubias permaneció en Valencia hasta bien entrado el año 1600. (...) En octubre de 1606 obtuvo autorización del cabildo para volver a Valencia, donde le quedaban pendientes algunos asuntos de su anterior gestión. Su estancia en la ciudad levantina se prolongó hasta finales de agosto de 1607. (...) Covarrubias escribió el Tesoro de la Lengua Castellana o Española entre 1606 y 1610, probablemente. En la voz CATALINA –nombre de su única hermana-nos hace saber que la está escribiendo el 25 de noviembre de 1606 –día de la santa-, en Valencia. Ello concuerda con los datos que tenemos sobre la segunda estancia de Covarrubias en aquella ciudad. Hay que suponer que redactaba la obra continuadamente, una letra tras otra, no como haríamos hoy día, por medio de fichas. Ello se comprueba en numerosos pasajes, por ejemplo, cuando nos dice que ha puesto cierto refrán en la palabra CATARRO porque duda poder llegar a la palabra ROMADIZO.

CATALINA. Latine Catharina; vale tanto como pura, purus, mundus, nitidus. Tal fué la virgen y mártir Santa Catalina de Alexandría, a la qual martirizó el tirano Magencio, y celebra la Yglesia Católica su fiesta a los 25 de noviembre, que acierta a ser el mesmo día que esto se escrive, en Valencia, año de 1606. Otras santas ha avido deste nombre: Santa Catherina virgen, en Suecia, a 22 de março, y Santa Caterina de Sena, de la Orden de Santo Domingo, Romae 29, Aprilis. A los papagaítos pequeños hembras, llaman catalinicas comúnmente.

domingo, 17 de enero de 2010

Paisajes de la ciudad, 4
























Aquí http://ferrerlerin.blogspot.com/2009/10/cocteleria-milanos.html el poeta noctámbulo grabó, sobre el hielo del sour, el decálogo para tener y retener a su novia geométrica. Mas la fiebre del amor intensifica la sed y eleva la temperatura.

Paisajes de la ciudad, 3


El suburbio. Decenas de acres cubiertos de pequeñas viviendas quizá abandonadas, diversa obra civil desprovista de uso y calles de cruel pavimento e indeciso trazado. El chófer foráneo, sin la menor perspectiva y con repetitivo marco, no halla la arteria crucial o el jalón que anuncie la luz y el fragor del centro entrevisto en el volumen tercero de las Ciudades del mundo.

Música e Infierno

Interesa menos la relativización de lo feo que postula Karl Rosenkranz en su Aesthetik des Hässlichen (1853) que los términos en que se refiere a Louis Spohr en el mismo tratado: “...músicos como Spohr nos han revelado los sonidos atroces de la perdición, los que el malvado profiere, los gritos y aullidos que manifiesta para ilustrar la escisión de su alma.”

sábado, 16 de enero de 2010

Paisajes de la ciudad, 2





Se hablaba de la existencia de unas
casuchas emparradas ocultas entre los palacios y monasterios del señorial barrio de Pedralbes. La comprobación hubo de ser fugaz; un tipo chulesco, agitanado, nos echó con cajas destempladas.






Paisajes de la ciudad, 1







Barcelona. Derecha del Ensanche. Difícil saber si es el sueño de una realidad o el sueño de las conversaciones mantenidas con mi madre, en sus últimos años de vida, con ánimo de reconstruir el pasado.

miércoles, 6 de enero de 2010

He vuelto

He vuelto a http://ferrerlerin.blogspot.com/2008/11/espantoso-ensueo.html .
Pero esta vez, de las tres secuencias del sueño –viaje en coche hasta la población perdida, paseo por ella, salida andando hacia otra localidad por el camino de las momias- sólo se atiende la secuencia central, sólo se presta atención a las personas que deambulan por las calles y que, en parte, se integran inicialmente en nuestra comitiva; pero no se trata de gañanes y negras mujeres sino de niñas, con sus vestidos de organdí, cogidas del brazo, en grupos de cuatro o cinco. ¿Emiten sonidos?

martes, 5 de enero de 2010

El Beaterio Viejo de Gante






















No estoy muy lejos de Flandes, y no sé cuando volveré a estarlo, así que decido ir a Gante para ver “La adoración del Cordero Místico” de los hermanos Van Eyck. Desde Ámsterdam son doscientos veinte kilómetros; me sorprende el tráfico intenso de las autopistas; llego antes de media mañana a mi destino. Más que viaje, ha sido un retorno a las viejas lecciones del bachillerato español: Utrecht, Breda, Amberes, Gante y el retablo, tantas veces reproducido en los libros de texto. En la sala donde se expone, protegido tras un cristal, hay una luz tenue y un espeso silencio. Asombrado, salgo de la catedral y, enfrente, en la oficina de turismo, pido un plano de la ciudad. Lo consulto y me decido por el Oud Begijnhof (Beaterio Viejo), situado en un extremo del casco histórico. Estos beaterios, ya casi extinguidos, con su origen en la Edad Media, fueron una mezcla de convento y hospedería, pero no en edificios cerrados, sino formando pequeños guetos en los arrabales de las antiguas poblaciones. Otra variante son los Gasthuis, aún hoy existentes y similares a nuestros asilos, con sus edificios de una planta y sus fundaciones, la mayoría en funcionamiento desde el siglo XVII. Los he visto en Holanda por todas partes. Con el mapa en la mano, me desoriento varias veces hasta encontrarlo. Ahora se entra por un jardín abierto a la urbe pagana con una iglesia enorme al fondo; adosado al ábside, un templete de formas clásicas protege un Ecce Homo de bulto, pintado, de buen tamaño. Todo lo demás es sencillo y austero. Hay un par de personas sentadas en los bancos. Después he leído que hay otras capillas disimuladas entre los edificios del barrio. Dejando el parque, al pisar una de las calles empedradas, siento una sensación de familiaridad, de lugar conocido. No hay nadie a mi alrededor, y veo casas bajas y árboles asomando por las tapias y muros encalados. Me detengo en una esquina y recuerdo el tranquilo barrio de San Lorenzo de Úbeda, donde nació Antonio Muñoz Molina, recreado en tantos de sus libros. Miro hacia arriba y descubro el rótulo de la calle: Straatje van Oliveten, el callejón de los Olivos. Todo tiene su explicación.

Texto y fotografía: Antonio Erena, agosto de 2008.