lunes, 31 de mayo de 2010

Domicilios, 14






















Al morir el padre decidieron derribar la vieja casa y construir una nueva en el solar resultante. Para los tres hijos. Con una distribución vertical para que todos tuvieran que subir el mismo número de escalones. Sobre la puerta de entrada se instaló el primogénito, en el centro el mediano, y el tercer cuerpo lo ocupó el menor, que era ciego.

Arte casual. Surrounded.




El jinete polaco (1656)
























Nadie sabe con exactitud quién está representado en el cuadro o qué representaba éste para el pintor. La levita del jinete es típicamente polaca, al igual que el tocado. Cuando lo vi por primera vez en la Frick Collection de Nueva York pensé que podría ser un retrato de Titus, el amado hijo de Rembrandt. Me pareció, y me sigue pareciendo, que era una pintura sobre el adiós al hogar, sobre la entrada en el mundo.
Una teoría más erudita sugiere que la pintura podría haber sido inspirada por un polaco, Jonaz Szlichtyng, quien fue algo parecido a un héroe rebelde en los círculos disidentes del Amsterdam de la época de Rembrandt. Szlichtyng pertenecía a una secta de seguidores del teólogo sienés Lebo Sozznisi, que en el siglo XVI negó la divinidad de Cristo como hijo de Dios, pues si lo fuera, la religión dejaría de ser monoteísta. Si el cuadro está inspirado por Jonaz Szlichtyng, la imagen que ofrece es la figura de un Cristo que sería un hombre, sólo un hombre que, montado a caballo, se dispone a enfrentarse a su destino.
El cuadro me gusta por las razones por las que podría gustarle a un niño: porque es el comienzo de una historia contada por un anciano que ha visto muchas cosas y nunca encuentra el momento de irse a dormir.
Y también por las razones por las que podría gustarle a una mujer: por su coraje, su insolencia, su vulnerabilidad, sus fuertes muslos.
Los hábitos ecuestres permanecen todavía visibles en los cuerpos y en la forma de moverse de los polacos. El gesto característico de poner el pie derecho en el estribo levantando en un golpe simultáneo la otra pierna se me viene a la cabeza en una pizzería de Varsovia, al observar a unos hombres y mujeres que posiblemente nunca se han aproximado y mucho menos subido a un caballo y que están bebiendo Pepsi-Cola.

----

Fragmentos del libro Aquí nos vemos, de John Berger.

viernes, 28 de mayo de 2010

Liso

Justificación:

Se busca nombre para el juego y alguien propone “Liso”. En un ambiente lejano cuatro seres anodinos situados en las esquinas aguardan la señal para ocupar la tumba vacía excavada en el centro. Es un patio cuadrado al que no llegan los rayos del sol y al que no azotan los vientos: estamos definiendo un espacio para su uso en un cortometraje.

Reparto:

1: Canadiense.
2: Negra ociosa en la hamaca con un perro encima.
3: Terrón como nombre de persona.
4: Fugacidad del jardín.

Desarrollo:

Tremendo error. No se trata de una persona natural de Canadá sino de la prenda de abrigo habitual en los cincuenta conocida como “canadiense”. Harapo, andrajo, piltrafa echada en el rincón, dispone de no sabemos qué resorte para lanzarse a la fosa. Sin duda la imagen proviene de Viejo circus, del párrafo “mi sorpresa envalentonó a la cría y prodigiosamente comprobé que su tamaño real no era el que aparentaba. Debía de haber estado doblada toda la velada y de sus brazos surgieron hierros que abrieron mi carne chamuscando mi largo pelo y quebrando mi lomo.”

El pensamiento de la negra gira en torno a la idea de que Dios ama a los reyes moribundos y castiga al perro que magulla la forma inerme, así que lo sostiene con ambas manos con leves movimientos de disidencia; ella, que fuera reina de las llanuras del oeste y sabe que desde ese punto acudirán los sepultureros.

Terrón como nombre de persona pertenece a la dinastía suculenta aunque sólo sea una palabra. Llega pronto al lugar de salida, avizora el objetivo, busca la fórmula, afirma que no debe pronunciarse en vano cualquier réplica de origen tan oscuro y se adentra taciturno en una mitología privada. Repleto de dolor mortal toma el aspecto de la edad indefensa y tortura la noche con sus gritos de rocalla.

La fugacidad del jardín reside en su sombra. Una sombra que carece de piezas dentales, de hegemonía, de aire oculto, pero que maniobra entre los residuos del bien con la madre y el bufón lanzador de cáusticas inconveniencias. Cabe la confusión con la fugacidad de la tormenta, de condición ahorradora, y muchos aseguran que es el fruto adverso de quien no halla lápidas adecuadas, cubiertos de vigilia o excelentes consejos.

Agüilla

Los encuentros en los estancos deparan a menudo grandes satisfacciones. Hoy he ido a franquear una carta para mi hijo que vive en Cercedilla y allí estaba ella haciendo cola para comprar dos paquetes de Marlboro con un body negro resaltando ese busto que adoran los futbolistas y una sonrisa exultante que he rubricado con dos besos en las comisuras. Alguien ha entrado y al socaire del tumulto he rozado mis enfundados genitales con su muslo izquierdo caliente como piedra foguera a lo que ha respondido que me vio en no sé qué periódico y que se me veían aún buenas piernas (parece ser que esa parte la vuelve loca). Tenía yo prisa por llegar a casa. En efecto había manchado los bráslipes; un licor no sé si prostático o de Cowper. Primavera.

martes, 25 de mayo de 2010

Seguimiento fatal






























Dos hombres caminan rápidos. Maletín rojo en mano cambiada, debido al peso. Cuello de la americana clara algo levantado, por alguna maniobra violenta reciente. El de la cazadora azul varía a menudo la distancia entre él y su compañero, sin duda vigila. ¿Alguien puede identificarlos? ¿Y las calles? ¿De qué ciudad?

viernes, 14 de mayo de 2010

Qué queda

Isabel Montero Grebas, pastelera, tres horas y veintiséis minutos.
Elvira Morcas, auxiliar administrativo, tres semanas y seis minutos.
Berto, masajista, cinco días, siete horas y catorce minutos.
José Luis López Barragán, médico de familia, tres días y tres minutos.
Aurora López Pac, mi esposa, un año, un mes, una semana y once minutos.
Miralles, ceramista, cuatro minutos.
Elvira Ferrer López, mi primogénita, dos días y cincuenta minutos.
Sandra Ferrer López, mi hija menor, un mes, veinte días y siete minutos.
“Cantinflas”, peluquero, cuatro horas y diez minutos.
Magdita Pérez Sadurní, artista, un año, un mes, una semana y un minuto.
Manuel Villa, quiosquero, tres horas y seis minutos.
“Grasbo”, conserje, dos horas y catorce minutos.
Pedro, conserje, dos horas y tres minutos.
Javier Lorbés, chófer, veinte horas.
Ramón Fuentes García, bancario, seis horas y un minuto.
Tilde Cebollero, bibliotecaria, un mes y cuarenta minutos.


Sí, son los tiempos totales que pasaré con cada una de estas personas, de aquí a mi fallecimiento, obtenidos por la suma de los tiempos parciales correspondientes a los encuentros que se producirán con cada una de ellas. Calculo los años que me quedan de vida acogiéndome a la media de mis antepasados y calculo la duración de los encuentros acogiéndome a la media de los del último trimestre. El término "encuentro" no supone siquiera intercambio verbal, vale la coincidencia a una distancia reducida con reconocimiento visual por ambas partes.

viernes, 7 de mayo de 2010

Redes

No tuvimos suerte con nuestro último hijo. Nació convertido en número de teléfono. En concreto en el número de móvil de un pastor cigomático. Las molestias que ocasionó fueron importantes. Pero pronto cortaron la línea. Y descansó en paz.

sábado, 1 de mayo de 2010

Clima

Abonados con espuma
en los cuernos hay un cómputo anual
de transiciones
que unen al infante con la rama
que ahora observo.

Si alguna ciencia aparte
sujeta el envío -la arboladura-
diversas doctrinas aceptadas
reptan hacia mí.

He dicho que
pereza y prejuicio
informaron al cobarde.
¿Especies invasivas?
Fue en el frío.

-----

Equipo Rubor.