lunes, 22 de abril de 2013

Malena Cortijo



Me hablaron de una mujer muy alta, y fui a verla. Con las mujeres altas se baila bien, se viaja bien, quedan bien, te hacen quedar bien. A veces, sin embargo, se trata de seres deslucidos, de naturaleza olvidada, que sólo son buenos si se ven por detrás, vestidos. Pero aquí el material era de calidad; una hembra cómplice, divertida, proclive a la perplejidad espontánea y un aspecto general barcelonés que hubiera complacido a mis queridos padres. Pero se malogró pronto. Sería su relación con Blatta, sería la ingesta desaforada de taxina o serían las secuelas de aquel atropello por una Berlingo, pero la cuestión es que la perdí. Me olvidaba, contrajimos matrimonio, una boda relámpago, muy oportuna, que me ha permitido disfrutar de los pingües beneficios del negocio familiar: un moderno taller dedicado a la fabricación de bupis, esas braguitas de espuma coloreadas, velcradas, de carácter superficial.  


miércoles, 17 de abril de 2013

Cara de pito



Durante muchos años no supe qué hacer con los brazos. En un relato de 1962 titulado “Cojo”, incluido en ese libro Edad del insecto que no acaba de ver la luz, se habla de esa anomalía anatómica. Pero ahora el problema lo tengo en la boca, exactamente en los labios. El otro día viendo en la tele a un individuo que tiene como profesión silbar, “sólo sé silbar y quiero ganarme la vida silbando”, intenté emitir un silbido, “yo era bueno en eso” pensé, y no salió nada, a lo sumo un chorrito de aire ensalivado levemente ruidoso. Y ahora, como cruel testimonio, recibo las fotos de la presentación de Hiela sangre en Valencia y, en una de ellas, en la que se me ve firmando un ejemplar a la rapsoda Amparo Andrés, aparezco con el morro en forma de trompetilla, idéntico al del casi extinto desmán de los Pirineos –Galemys pyrenaicus-.



lunes, 15 de abril de 2013

Una luz


Cuenta el canónigo de la iglesia de San Nicolás, en la ciudad de Valencia, que existe un punto, situado a siete metros de la veleta del campanario, en sentido Norte, que no ha sido alterado. Pido más información y me explica que ese punto es, en realidad, una esfera de veinte centímetros de radio compuesta por aire luminoso ya que nunca ha sido hollado por los cuerpos emplumados e impuros de las aves voladoras. Al anochecer contemplamos la torre desde la plaza, y la esfera, suspendida en la nada, resplandece.

sábado, 6 de abril de 2013

Los viejos


Volvieron. Un grupito de seis, tres activos, los demás complacientes, colocaban a una persona contra un muro; una persona de negro, con un chambergo rojizo, en posición de crucificado. No excesivamente crueles, uno ebrio, celebraban con regocijo la ocurrencia. ¿Colaboraba el monigote? Hubo un intento por su parte de despegarse pero pudo ser un juego, formar parte del mismo. En la pantalla quedaban bien, a la gente les gustaban. Yo, entre espectadores de edad provecta, como correspondía a la media, disfrutaba con la cinta pero quizá aún más con los comentarios. Noté que mi espalda no se apoyaba directamente en la butaca y quizá tampoco mis posaderas; una chica atractiva, sin duda propietaria de muslos rollizos y endiablados, estaba debajo de mí, exactamente yo estaba sentado encima de ella. La rara postura no impidió que se sincerara; que los viejos la tocaban, que ahora aguardaba pero que en cuanto pudiera iría con ellos, y no quedó claro si era a cambio de dinero y si se trataba de los viejos que ocupaban la platea o de los viejos que salían en la película. Me llaman Celia, eso dijo.