lunes, 28 de enero de 2008

Azar y gravedad

En un proceso aleatorio la razón entre el número de casos favorables y el número de casos posibles es la probabilidad; cantidad singularmente baja en el proceso que llevó a impactar en el cráneo de Esquilo una tortuga terrestre desprendida de las garras de un quebrantahuesos el año 456 antes de nuestra era. Que a lo largo de los siglos los monjes del monasterio de San Juan de la Peña recibieran en sus cráneos u otras partes del cuerpo el impacto de algún bolo desprendido de la pudinga que conforma el espectacular extraplomo entraría dentro de la dinámica de un proceso parecido aunque aquí la probabilidad, dado el número de cabezas y el tiempo de exposición, pudiera considerarse algo más alta. Esquilo fue advertido por los dioses de que moriría al venírsele la casa encima y el poeta griego vagó desde ese instante por los campos al solo refugio de la luna y las estrellas. Los monjes pinatenses no sabemos que tomaran ninguna medida ya que la construcción del claustro no parece que obedeciera a razones preventivas. Hoy, el cultivo de esos vectores de riqueza denominados turistas, aconseja a las administraciones públicas envolver con una malla la sagrada montaña, pero no son criterios de delirante estética sino de piadosa tutela los que conducen a dicha maniobra. No se trata de buscar –con Christo Javacheff- la involuntaria belleza de lo efímero a través de una arriesgada decisión sino de salvaguardar la integridad física de las masas bullangueras, las que ahuyentaran a gritos, bocinazos y quizá a pedradas, a la pareja de quebrantahuesos que utilizaba para su fase de reproducción una oquedad demasiado próxima a lo que es ahora aparcamiento de autobuses. Porque esta ave, el Gypaëtus barbatus de los científicos (algo así como Buitreáguila barbuda), es animal solitario, de fidelidad territorial y matrimonial, al que no le intimidan los rigores climáticos extremos y que tiene el hábito de arrojar los huesos -de los cadáveres que halla por el monte- sobre canchales y roquedos, para quebrarlos y así devorarlos fragmentados y con la rica médula accesible a su peculiar pico. Esta licencia casi deportiva, en tan austera y mística personalidad, supone, durante un largo periodo de su vida, aprender a utilizar la fuerza y dirección del viento, las calidades de los posibles rompederos, y los movimientos adecuados de las patas y del total de su anatomía. Tortugas terrestres y quebrantahuesos ya no coinciden en España: relegadas la Tortuga mediterránea y la Tortuga mora a escasos enclaves meridionales nunca se verán sorprendidas, como en la Antigua Grecia, por la mirada penetrante y el metálico plumaje de una presencia maravillosa, también dolorosa y estúpidamente relegada por el hombre hasta el punto de convertir en elegidos a los que todavía tenemos la inmensa fortuna de poder coincidir con ella en secretos e inaccesibles parajes de la cordillera pirenaica.

Heraldo de Aragón
19/07/07

1 comentario:

Entropia dijo...

Un texto corto y rico en mensaje.
Me gusta mucho. Terrible lo del quebrantahuesos. El aumento de turistas en el Pirineo solo enriquece a unos pocos.