miércoles, 30 de enero de 2008

Obras públicas

Grison, ne, a. canoso/sm. el criado de librea que se viste de pardo para hacer recados secretos/...
NOUVEAU DICTIONNAIRE Français-Espagnol.
Ancienne Maison Cormon & Blanc. 1848.


La carretera es una comarcal que partiendo de X va sólo a Z. Tiene 12 kilómetros que parecen más debido a la mucha pendiente -X se halla a 720 metros de altitud y Z a 1.380- y a lo angosto del trazado. Está asfaltada en su totalidad, pero las cunetas abandonadas permiten progresar los setos de olmo y zarza que contribuyen al desmoronamiento de los bordes, ya de por sí amenazados por las heladas invernales. Hasta 1968 era transitada exclusivamente por los habitantes de ambas poblaciones, pero a raíz de la inauguración en Z de un mesón se inició un aumento paulatino del número de usuarios, que en los meses veraniegos llega a complicar el tránsito. Desde entonces no se han verificado mejoras en el firme ni tampoco se ha ensanchado, pero en dos puntos en que, transcurriendo paralela al barranco, ofrecía posibilidades de convertirse en mirador, se han desbrozado las márgenes permitiendo el estacionamiento de varios coches para que sus ocupantes gocen de las delicias del panorama desde unas plataformas cementadas construidas sobre el vacío y que gracias a una frágil -y muy criticada- barandilla de madera permiten que los turistas se asomen a unos acantilados de más de 100 metros. Los miradores se hallan a seis y nueve kilómetros de X y aunque dan al mismo barranco, aprovechan diferentes curvaturas, por lo que las visiones son de diferente dirección, quedando oculto cada uno respecto al otro. Este mes de octubre, debido a lo bonancible del clima, se observa un movimiento regular de personas en los días festivos. En su mayoría son automóviles españoles, pero también se ve alguna matrícula francesa. Los autocares son muy raros y siempre se trata de vehículos medianos o de tipo microbús; tan mal está la carretera.
El sábado 31 de octubre de 1970 llegamos a X a las 6.34. Nuestro Land Rover Diesel tamaño grande cruzó el pueblo despacio, no se veía ni un alma. Enfilamos la comarcal y a las 6.47, en la curva de gran desnivel del kilómetro 5,7, paramos para dejar a uno de mis hombres. Llegamos al mirador del kilómetro 6, donde bajamos el material, y mientras el chófer conducía a otro hombre hasta el repecho del kilómetro 6,4 empezamos a trabajar. A las 7.16 el sol daba ya en nuestras caras. La barandilla de madera estaba retirada, suavizamos el escalón -añadiendo tierra y piedras- que formaba el bordillo de la plataforma con el asfalto y colocamos unas vallas en la carretera. Nuestros cascos amarillos brillaban al sol, que empezaba a calentar. 7,49, el hombre que dejamos primero y que llamaremos de X, me avisa -emisor portátil- que ve un vehículo que le parece una furgoneta dos caballos, seguramente la que lleva el pan al mesón y que se acerca lentamente. Compruebo la comunicación, con el hombre que llamaremos de Z -el que el chófer fue a dejar- y le ordeno que detenga cualquier vehículo que proceda de Z, avisándome no obstante desde el momento que lo divise. El hombre de X informa que la furgoneta se halla a unos 700 metros de él. En el mirador, bajo el estruendo del agua que corre a nuestros pies, distribuyo a los dos hombres. La furgoneta llega a donde está el hombre de X y éste, escondido, me informa de lo que ya sabíamos, un hombre y un chico dentro. La furgoneta aparece en la recta anterior al mirador, mis hombres acarrean tierra mientras me dirijo hacia el centro de la carretera. La furgoneta se detiene al obstaculizarle el paso. Me acerco a la ventanilla, sonriente, y le digo al conductor que estamos cambiando la barandilla y construyendo un drenaje para el terraplén de enfrente, lo que obliga a restringir el paso, le invito a que se coloque a un lado y pare el motor. Lo hace, y, a través de la ventanilla abierta, hago dos disparos. Rápidamente los sacamos. El chico lleva siete pesetas y el conductor 362. Tras el cacheo los ponemos en dos carretillas y los llevamos al mirador, desde donde los arrojamos al barranco. Caen sobre un promontorio, rebotan y van a parar a unos robles, a unos 20 metros sobre el río. Son las 8.04. No se ha manchado de sangre el pavimento. 8,21, el hombre de X, ve un seiscientos que se acerca. Va rápido. Por la parte de Z no viene nadie. Doy orden a X de que se esconda. El coche lo sobrepasa. Dos parejas jóvenes. Las mujeres, detrás. Hago un tranquilo ademán y le señalo el lugar detrás de la furgoneta dos caballos que uno de mis hombres ocupa. Un lugar llano, y que, si fuera preciso disparar sin que el conductor hubiese frenado el coche, éste no pudiera rodar cuesta abajo. Me acerco a la ventanilla. Bajo el cristal y sin más preámbulos disparo. Un tiro en la frente del conductor y otro en el cuello del compañero. Las mujeres están como petrificadas. Abro la puerta y cómodamente les asesto un tiro a cada una. No han intentado siquiera protegerse con los brazos. Conductor, 2.000 justas; compañero, 1.185; mujer de la derecha, 360; mujer de la izquierda, 7.000 (?). Buen golpe. Los introducimos de nuevo en el automóvil y fácilmente lo empujamos hacia el mirador. La pendiente bien calculada consigue que el coche no se detenga y salte limpiamente en el vacío. Antes de llegar al fondo del barranco el vehículo gira sobre su eje longitudinal casi 90º. Estalla al chocar contra las rocas de la margen izquierda -no ha cruzado, desde luego, el río- y se eleva una breve columna de humo de entre las llamas. Queda claro que no hay peligro de incendio para la zona de robles -donde quedaron los primeros cuerpos-, ya que los vehículos la sobrepasan y, por otra parte, la zona de rocas en que se irán estrellando queda lo bastante apartada del río como para impedir ensuciarlo. 8,40, el, hombre de X, informa que un coche de marca extranjera -un coche inglés tipo Austin- avanza. Bastante rápido. Se esconde y comunica: dos matrimonios mayores, los hombres delante. Colocado en el centro de la carretera y desde atrás de la valla le hago señas para que se sitúe detrás de la furgoneta. Se para. Le indico que no es allí donde debe detenerse. Pero no hace caso y, des pués de apagar el motor, poner una marcha y frenarlo, baja con el aire de ir a estirar las piernas. Al mismo tiempo recibo un mensaje del hombre de Z que me indica que se acerca una furgoneta dos caballos. Le ordeno la detenga. Momento delicado. El otro hombre ya ha bajado del coche. Se dirigen hacia el pretil para ver el paisaje. Voy hacia ellos. Las mujeres siguen dentro. Estoy a unos cinco metros de la pareja que mira el barranco y recibo un mensaje del hombre de X. Se aproxima un tractor. Le indico que si no hay contraorden lo detenga. Los dos hombres, al oírme hablar por la radio, se vuelven. Tienen aspecto simpático. De unos 60. Igual modo de vestir. Deportivos, bons vivants, cazadores de patos, gourmets, negocios de compra y venta de coches y alguna representación del ramo de la construcción, conocen dos o tres lugares en que no hay menores mañana fútbol. Sobre la marcha les disparo al vientre. Al más bajo le he de tirar de nuevo, esta vez sobre la nuca y a boca jarro, porque se guía moviéndose. Una mujer ha salido enloquecida gritando con los brazos en alto hacia mí. La espero y le tiro al cuello a medio metro, no hay fallo posible. Corro hacia el coche. Está acurrucada. Se tapa con un bolso grande y he de dispararle para no perder tiempo bajo la grotesca minifalda a cuadros. De golpe baja los brazos y sobre la descubierta cara le descerrajo otro tiro entre las cejas. Mis hombres han venido corriendo y ya están cacheando a los individuos. Total, cerca de 8.000. Hay que poner el coche en marcha. Los cadáveres amontonados en la parte trasera, y en el otro asiento delantero resultan cómicos. El coche, desfrenado desde el punto justo, salta a reunirse con su compañero. Aviso al hombre de Z para que dé paso al detenido. Vía libre, mientras explota el nuevo coche. El humo apenas llega a la altura de la carretera. La relación de atracos puede resultar monótona, por lo que haré un resumen de la jornada. El equipo estaba formado por cinco hombres. El que dejamos primero. El que el chófer dejó lupgo. El chófer. Yo. Y otro más. Al anochecer comunico al hombre de Z que hemos concluido y que el chófer va a recogerlo. Desaparecido el jeep, disparo sobre el hombre que quedó conmigo y le echo abajo. Comunico con el chófer y le ordeno que vuelva, ha habido otro atraco y le necesitamos. Al llegar, disparo. Luego ya es fácil. Voy a buscar -conduciendo yo el jeep- al hombre de Z y una vez allí lo mato. Lo subo al vehículo y al Regar al punto del atraco le echo al río. Luego, camino de X, paro como si ftiera a recoger al hombre restante, y, sin bajar del coche, le disparo. Allí se queda. Después de todo. Por qué tanto orden.

El País. Madrid. 30/12/1986
Cónsul. Ediciones Península. Barcelona. 1987.
Ciudad propia. Poesía autorizada. Artemisa Ediciones. Tenerife. 2006.

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