jueves, 6 de diciembre de 2012

Gingival en Turia


DE LAS CONDICIONES DEL AZAR Y LA PALABRA
Gingival, de Francisco Ferrer Lerín

Lejos de Pamema. Los comentarios que se han realizado acerca de la obra de Francisco Ferrer Lerín recurren a menudo a su leyenda para intentar explicar algunas de las características de su escritura. Esta superposición de visiones resulta casi inevitable, y hasta parece lógica, ya que pocos poetas se parecen tanto a sus poemas como Ferrer Lerín. Mi descubrimiento de su poesía fue relativamente temprano a través de la lectura de su segundo libro publicado, La hora oval (1971), en el que se reunieron poemas escritos desde 1960 a 1970. Aquella lectura me resultó fascinante porque encontraba por fin una voz y un mundo que andaba buscando en el renovado panorama de la poesía española de aquellos años. Una voz y un mundo cuya poética ilustra el poema “Tzara” (pág. 131), y que los emparentaba con el dadaísmo y el surrealismo en sus vertientes más transgresoras y subversivas. Cuando en 1980 elaboré, junto a Fanny Rubio, la antología Poesía española contemporánea (1939-1980) (1981), uno de mis empeños fue el de dar cabida a Ferrer Lerín que, según todos los indicios, se encontraba entonces desaparecido. La leyenda “Lerín” hacía tiempo que había comenzado. Pero si se observa con detenimiento el transcurrir de la poesía en estos últimos cincuenta años, tal vez nuestro autor tuvo suerte de mantenerse al margen de lo que Félix de Azúa ha dado en llamar la “pamema” de la tribu literaria y desarrollar su obra con la misma libertad, el mismo espíritu iconoclasta y el mismo desenfado con los que la comenzó alrededor de 1960, fecha de algunos de sus inéditos posteriormente recogidos en Ciudad propia. Poesía autorizada (2006). De géneros y genología(s). Pese a los años transcurridos y los cambios acontecidos en el discurso leriniano, la reciente lectura de su último libro, Gingival (2012), me retrotrae a aquel primer encuentro con La hora oval. Lerín ha tenido suerte con Fernando Valls, autor  del “Epílogo”, que constituye una magnífica guía de lectura de estas prosas que da en llamar “microrrelatos”. Es verdad que al propio Lerín le ha gustado tal denominación, pero conviene tener en cuenta que los microrrelatos ya están presentes desde sus comienzos como escritor, al menos desde La hora hoval, y atraviesan con diversas variantes toda su obra. Como se ha afirmado en repetidas ocasiones, la adscripción genológica de no pocos de sus escritos resulta al menos problemática, de forma que Lerín ha sido considerado un “posmoderno” avant la lettre de la misma manera que fue considerado “pionero y fundador” del “ala extrema de la escritura novísima”. Y es que su escritura no puede ser adscrita, sin más, a ninguno de estos marbetes. Su propuesta literaria, en relación a las clasificaciones convencionales de modos, géneros y subgéneros narrativos, tampoco parece adecuarse plenamente. En otras palabras: su discurso pone de relieve las carencias y la condición histórica de cualquier clasificación literaria al mismo tiempo que subraya la ficcionalidad inscrita en todo discurso. Algunos de estos microrrelatos, como “Situación” (pág. 14) o “Nexus” (p. 21), pueden ser considerados poemas narrativos en prosa y los poemas narrativos en prosa microrrelatos que, sólo en algunas ocasiones, se diferenciarían de los primeros por su mayor apego al ritmo endecasilábico que históricamente ha dominado el panorama de la poesía española del siglo pasado y comienzos de éste provocando una monotonía y un cansancio inconcebibles en otras tradiciones literarias. En definitiva: la escritura de Lerín se desliza entre fronteras y territorios poco transitados, y tan pronto se encuentra en un lugar como en otro. Lerín es de los pocos autores que mantiene aquel espíritu provocador y epatante de los sesenta y comienzos de los setenta –del que el “culturalismo” fue, por cierto, una de sus claves, casi siempre mal interpretada- con la naturalidad del escritor marcado por su singularidad; singularidad tangible en su literatura a través de un distanciamiento del que surge su mejor humor, ése que en ocasiones encubre otra mirada de mayor gravedad presente en no pocos de sus textos. Una ciudad propia: la escritura. Sabemos que Gingival es “un volumen heterodoxo cuyas entradas proceden de un blog”. Sin embargo da la impresión de que Ferrer Lerín se ha sentido libre también en estas circunstancias. La superposición de lo real y lo ficticio, de lo autobiográfico y lo imaginario, de la bibliofilia y la anécdota, etc., ha ocupado también un lugar importante en su obra. En realidad de lo que nos habla Lerín en múltiples ocasiones es de la escritura, o al menos de su escritura, aunque también de sus vivencias y de su inagotable curiosidad en relación al mundo que le rodea. Nuestro autor ha sabido ir construyendo con todo ello una “ciudad propia”, simbólica,  que se sabe hecha de palabras. Palabras que se sustentan en un ritmo y en una dinámica discursiva que en Gingival alcanzan su expresión más concisa mediante una vasta competencia lingüística utilizada con precisión y eficacia, y una sintaxis de periodos cortos, generalmente sincopada. Asociación de historias. De los espacios y motivos por los que transcurre Gingival ya se ha ocupado Fernado Valls en su epílogo. Sin embargo, como acabo de señalar, otro de los motivos de no menor importancia en Gingival es el de la escritura, el de la actitud del narrador hacia lo narrado, actitud que revela las huellas de su autor y su concepción de lo literario. Si la vida ha ido ganando terreno a la literatura en la obra leriniana, la creación literaria se ha mantenido como motivo recurrente en cada una de una de sus fases. No podía ser de otra manera en un escritor tan consciente de su oficio y de las máscaras que el lenguaje le ha ido proporcionando. Lerín no duda a la hora de revelar su manera de proceder durante el desarrollo de su escritura. Así en “El ruiseñor” (págs.17-19) o en “Nexus” (pág. 21), donde la misma dispositio subraya la asociación de historias, con un motivo en común, que se yuxtaponen conformando la totalidad del relato. El azar, la casualidad, la coincidencia se postulan en ocasiones como origen y justificación de la peculiar disposición de fragmentos de diversa e insospechada procedencia que constituyen el discurso como totalidad. Pero el azar y la casualidad funcionan también en Gingival como una especie de simulacro irónico, si bien solo hasta cierto punto y en cierta medida. Sin embargo se mantienen los asertos fundamentales de aquel poema, “Tzara” de La hora oval: Luchar contra el anquilosamiento de las palabras (…) sacudir la estructura del poema/ despertarlo/(…)/ darle libertad para que se manifieste (…)/ cambiar la decoración de los muebles del salón todos los días/ (…)/ madurar la idea sobre la posibilidad lingüística/ conocer el léxico tanto que huelga la estrechez de la gramática/ las frases nacen limpias… (págs. 131-132). Aquella propuesta permanece en su discurso. Un discurso que en cada uno de los momentos de su trayectoria literaria ha removido y alterado los paradigmas literarios por los que ha transcurrido la mayor parte de la literatura española de los últimos cincuenta años. Y este es el sentido de la clave y el regreso al poema “Tzara”. Casualidad, azar, sincronicidad. Lejos ya de la escritura automática como plasmación de aquel “ruido en la cabeza” que Ferrer Lerín afirma haber amortiguado con la escritura de sus primeros libros, el autor, como se ha dicho, se reencuentra con la asociación de historias como cifra de algunos de sus relatos posteriores. Pero algo se mantiene como condición de su escritura: una puerta abierta al azar y una especie de “sincronicidad” en el sentido jungiano (“Parábola del fumador empedernido y el ornitólogo de campo”, págs. 74-75). En cualquier caso, los presentimientos, los sueños y la memoria desempeñan un papel tan relevante que sin ellos el hallazgo lingüístico (“conocer el léxico tanto que huelga la estrechez de la gramática”) adquiriría una dimensión totalmente distinta. El autor da la impresión de que ha mantenido la importancia del ritmo como otro de los motores de su escritura. La minuciosa estructura rítmica de Gingival así lo confirma. Y su precisión léxica encuentra el lugar idóneo en ese ritmo de periodos cortos donde las “frases nacen limpias”. Se trata de un  minucioso trabajo fraseológico que permite descomponer las frases en unidades menores, las mínimas, las más económicas pero también las más eficaces en la situación expresiva y comunicativa de la que provienen estos microrrelatos. Y sin embargo también esta característica estaba ya en su obra. Muestra de ello puede encontrarse en El Bestiario de Ferrer Lerín (2007) y en Fámulo (2009), aunque reconozcamos el mundo de Gingival más cercano quizás al de Papur (2008), con sus “Bibliofilias” y “Series”, sin olvidar “Die Rabe y dos breves guiones”, esa última parte de no menor relevancia –también en relación con Gingival- que cierra el libro. La otra mirada: la muerte. El humor y la ironía también están presentes en Gingival. Humor e ironía perfectamente engarzados en su escritura a lo que más arriba adelanté: esa otra mirada grave que subyace en no pocos de sus textos. Lo que ocurre es que esa mirada se nos presenta a menudo amortiguada bajo otros registros que le sirven también de contrapunto. En el magnífico microrrelato o poema en prosa o simplemente -es decir, complejamente- texto que cierra el libro, “La vida” (pág. 228), encontramos uno de esos motivos: la muerte. Aunque esta vez se presenta sin concesiones, despojada de todo ocultamiento. Se trata de la escenificación, mediante una prolepsis, de un presentimiento o una ensoñación, o tal vez ambas cosas al mismo tiempo: la agonía del personaje Ferrer Lerín.  El valor simbólico de los hápax. Se diría que la búsqueda de los “hápax”, a los que Lerín dedica sus relatos “Predador” (pág. 40) y “Otro hápax” (pág. 185) , constituye también la metáfora de otras pesquisas frecuentes en su obra: la de los hechos singulares. Igual que el narrador deja notarialmente constancia de sus hallazgos de los hápax a modo de legado, registra también la singularidad de ciertos acontecimientos reales o imaginarios, como ocurre en “Los sin hombros”(pág. 76) y “Raro fenómeno”(pág. 156). Se podría afirmar que los hápax representan también un ideal poético: el del texto original y único, irrepetible, pese a que Lerín sea consciente del tal imposibilidad. Esa imposibilidad que irónicamente se plasma en su escritura plagada de referencias y citas. Y es que  la literatura constituye un desafío en la tradición de la modernidad de la que partió el primer Lerín: el desafío de la originalidad motivado por una permanente transgresión literaria. Sin embargo, y ya a estas alturas, da la impresión de que las transgresiones le importan mucho menos a Lerín que el ir ampliando su “ciudad propia”, su mundo simbólico, al tiempo que consigna las diversas dimensiones y aspectos de su existencia. En su conjunto, su obra constituye también una autobiografía y una crónica. En este sentido, no resulta casual su faceta relativamente reciente de novelista: Níquel (2005) y Familias como la mía (2011). En ambas Lerín recrea su propia leyenda. Lo que en esa leyenda pueda haber de real o ficticio importa poco a la hora de juzgar su obra. Su bibliofilia, su pasión por las palabras, su rapacidad literaria… se transmutan en territorio literario. Y de nuevo… la casualidad, sin duda la casualidad, hace que se encadenen de modo endiablado determinadas circunstancias… (“Casualidades”, págs. 216-217). 

 Artículo de José Luis Falcó Gens publicado en el nº 104 de la revista "Turia". Noviembre 2012.


7 comentarios:

Anónimo aquel dijo...

Perdone, don Paco, ¿quién ha escrito el artículo?

Saludos

Darío dijo...

Se dice que es una leyenda. Yo todavía no pude acceder a ningún texto completo, algunos fragmentos regalados por blogs, que me resultaron maravillosos.
Entonces crece el ansia. Me prometen Famulo en una semana. Ardo en esta urgencia. Un abrazo.

Ferrer Lerín dijo...

Gracias Anónimo aquel, un despiste.

Ferrer Lerín dijo...

Darío, espero no defraudar con Fámulo. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Humor y muerte, dos constantes en FFL

Mercedes dijo...

Buen artículo que supera el concepto "reseña". Tengo en mis manos la revista y he de decir que todas las reseñas incluidas, como las que se incluyen en otros medios, no dejan de ser un trabajo de encargo que dora la píldora al autor de turno. Este artículo de José Luis Falcó es mucho más aunque debería incidir más en el tema de la leyenda que ha lastrado la consideración de la obra de Ferrer L

Sr. Tarraque dijo...

Ferrer Lerín: Ciudad Hápax.