DE LAS
CONDICIONES DEL AZAR Y LA PALABRA
Gingival,
de Francisco Ferrer Lerín
Lejos de
Pamema. Los comentarios que se han realizado acerca de la obra de
Francisco Ferrer Lerín recurren a menudo a su leyenda para intentar explicar
algunas de las características de su escritura. Esta superposición de visiones
resulta casi inevitable, y hasta parece lógica, ya que pocos poetas se parecen
tanto a sus poemas como Ferrer Lerín. Mi descubrimiento de su poesía fue
relativamente temprano a través de la lectura de su segundo libro publicado, La hora oval (1971), en el que se
reunieron poemas escritos desde 1960 a 1970. Aquella lectura me resultó
fascinante porque encontraba por fin una voz y un mundo que andaba buscando en
el renovado panorama de la poesía española de aquellos años. Una voz y un mundo
cuya poética ilustra el poema “Tzara” (pág. 131), y que los emparentaba con el
dadaísmo y el surrealismo en sus vertientes más transgresoras y subversivas.
Cuando en 1980 elaboré, junto a Fanny Rubio, la antología Poesía española contemporánea (1939-1980)
(1981), uno de mis empeños fue el de dar cabida a Ferrer Lerín que, según todos
los indicios, se encontraba entonces desaparecido. La leyenda “Lerín” hacía
tiempo que había comenzado. Pero si se observa con detenimiento el transcurrir
de la poesía en estos últimos cincuenta años, tal vez nuestro autor tuvo suerte
de mantenerse al margen de lo que Félix de Azúa ha dado en llamar la “pamema”
de la tribu literaria y desarrollar su obra con la misma libertad, el mismo
espíritu iconoclasta y el mismo desenfado con los que la comenzó alrededor de
1960, fecha de algunos de sus inéditos posteriormente recogidos en Ciudad propia. Poesía autorizada (2006).
De
géneros y genología(s). Pese a los años transcurridos y los cambios
acontecidos en el discurso leriniano, la reciente lectura de su último libro, Gingival (2012), me retrotrae a aquel
primer encuentro con La hora oval.
Lerín ha tenido suerte con Fernando Valls, autor del “Epílogo”, que constituye una magnífica guía de lectura de
estas prosas que da en llamar “microrrelatos”. Es verdad que al propio Lerín le
ha gustado tal denominación, pero conviene tener en cuenta que los
microrrelatos ya están presentes desde sus comienzos como escritor, al menos
desde La hora hoval, y atraviesan con
diversas variantes toda su obra. Como se ha afirmado en repetidas ocasiones, la
adscripción genológica de no pocos de sus escritos resulta al menos
problemática, de forma que Lerín ha sido considerado un “posmoderno” avant la lettre de la misma manera que
fue considerado “pionero y fundador” del “ala extrema de la escritura
novísima”. Y es que su escritura no puede ser adscrita, sin más, a ninguno de
estos marbetes. Su propuesta literaria, en relación a las clasificaciones
convencionales de modos, géneros y subgéneros narrativos, tampoco parece
adecuarse plenamente. En otras palabras: su discurso pone de relieve las
carencias y la condición histórica de cualquier clasificación literaria al
mismo tiempo que subraya la ficcionalidad inscrita en todo discurso. Algunos de
estos microrrelatos, como “Situación” (pág. 14) o “Nexus” (p. 21), pueden ser
considerados poemas narrativos en prosa y los poemas narrativos en prosa
microrrelatos que, sólo en algunas ocasiones, se diferenciarían de los primeros
por su mayor apego al ritmo endecasilábico que históricamente ha dominado el
panorama de la poesía española del siglo pasado y comienzos de éste provocando
una monotonía y un cansancio inconcebibles en otras tradiciones literarias. En
definitiva: la escritura de Lerín se desliza entre fronteras y territorios poco
transitados, y tan pronto se encuentra en un lugar como en otro. Lerín es de
los pocos autores que mantiene aquel espíritu provocador y epatante de los
sesenta y comienzos de los setenta –del que el “culturalismo” fue, por cierto,
una de sus claves, casi siempre mal interpretada- con la naturalidad del
escritor marcado por su singularidad; singularidad tangible en su literatura a
través de un distanciamiento del que surge su mejor humor, ése que en ocasiones
encubre otra mirada de mayor gravedad presente en no pocos de sus textos. Una
ciudad propia: la escritura. Sabemos que Gingival es “un volumen heterodoxo cuyas entradas proceden de un
blog”. Sin embargo da la impresión de que Ferrer Lerín se ha sentido libre
también en estas circunstancias. La superposición de lo real y lo ficticio, de
lo autobiográfico y lo imaginario, de la bibliofilia y la anécdota, etc., ha
ocupado también un lugar importante en su obra. En realidad de lo que nos habla
Lerín en múltiples ocasiones es de la escritura, o al menos de su escritura, aunque también de sus
vivencias y de su inagotable curiosidad en relación al mundo que le rodea.
Nuestro autor ha sabido ir construyendo con todo ello una “ciudad propia”,
simbólica, que se sabe hecha de
palabras. Palabras que se sustentan en un ritmo y en una dinámica discursiva
que en Gingival alcanzan su expresión
más concisa mediante una vasta competencia lingüística utilizada con precisión
y eficacia, y una sintaxis de periodos cortos, generalmente sincopada. Asociación
de historias. De los espacios y motivos por los que transcurre Gingival ya se ha ocupado Fernado Valls
en su epílogo. Sin embargo, como acabo de señalar, otro de los motivos de no
menor importancia en Gingival es el
de la escritura, el de la actitud del narrador hacia lo narrado, actitud que
revela las huellas de su autor y su concepción de lo literario. Si la vida ha
ido ganando terreno a la literatura en la obra leriniana, la creación literaria
se ha mantenido como motivo recurrente en cada una de una de sus fases. No
podía ser de otra manera en un escritor tan consciente de su oficio y de las
máscaras que el lenguaje le ha ido proporcionando. Lerín no duda a la hora de
revelar su manera de proceder durante el desarrollo de su escritura. Así en “El
ruiseñor” (págs.17-19) o en “Nexus” (pág. 21), donde la misma dispositio subraya la asociación de
historias, con un motivo en común, que se yuxtaponen conformando la totalidad
del relato. El azar, la casualidad, la coincidencia se postulan en ocasiones
como origen y justificación de la peculiar disposición de fragmentos de diversa
e insospechada procedencia que constituyen el discurso como totalidad. Pero el
azar y la casualidad funcionan también en Gingival
como una especie de simulacro irónico, si bien solo hasta cierto punto y en
cierta medida. Sin embargo se mantienen los asertos fundamentales de aquel
poema, “Tzara” de La hora oval: Luchar contra el anquilosamiento de las
palabras (…) sacudir la estructura
del poema/ despertarlo/(…)/ darle
libertad para que se manifieste (…)/ cambiar
la decoración de los muebles del salón todos los días/ (…)/ madurar la idea sobre la posibilidad
lingüística/ conocer el léxico tanto
que huelga la estrechez de la gramática/ las frases nacen limpias… (págs. 131-132). Aquella propuesta
permanece en su discurso. Un discurso que en cada uno de los momentos de su
trayectoria literaria ha removido y alterado los paradigmas literarios por los
que ha transcurrido la mayor parte de la literatura española de los últimos
cincuenta años. Y este es el sentido de la clave y el regreso al poema “Tzara”.
Casualidad,
azar, sincronicidad. Lejos ya de la escritura automática como
plasmación de aquel “ruido en la cabeza” que Ferrer Lerín afirma haber
amortiguado con la escritura de sus primeros libros, el autor, como se ha
dicho, se reencuentra con la asociación de historias como cifra de algunos de
sus relatos posteriores. Pero algo se mantiene como condición de su escritura:
una puerta abierta al azar y una especie de “sincronicidad” en el sentido
jungiano (“Parábola del fumador empedernido y el ornitólogo de campo”, págs.
74-75). En cualquier caso, los presentimientos, los sueños y la memoria
desempeñan un papel tan relevante que sin ellos el hallazgo lingüístico (“conocer el léxico tanto que huelga la
estrechez de la gramática”) adquiriría una dimensión totalmente distinta.
El autor da la impresión de que ha mantenido la importancia del ritmo como otro
de los motores de su escritura. La minuciosa estructura rítmica de Gingival así lo confirma. Y su precisión
léxica encuentra el lugar idóneo en ese ritmo de periodos cortos donde las “frases nacen limpias”. Se trata de
un minucioso trabajo fraseológico que
permite descomponer las frases en unidades menores, las mínimas, las más
económicas pero también las más eficaces en la situación expresiva y
comunicativa de la que provienen estos microrrelatos. Y sin embargo también
esta característica estaba ya en su obra. Muestra de ello puede encontrarse en El Bestiario de Ferrer Lerín (2007) y en
Fámulo (2009), aunque reconozcamos el
mundo de Gingival más cercano quizás
al de Papur (2008), con sus
“Bibliofilias” y “Series”, sin olvidar “Die Rabe y dos breves guiones”, esa
última parte de no menor relevancia –también en relación con Gingival- que cierra el libro. La
otra mirada: la muerte. El humor y la ironía también están presentes en
Gingival. Humor e ironía
perfectamente engarzados en su escritura a lo que más arriba adelanté: esa otra
mirada grave que subyace en no pocos de sus textos. Lo que ocurre es que esa
mirada se nos presenta a menudo amortiguada bajo otros registros que le sirven
también de contrapunto. En el magnífico microrrelato o poema en prosa o
simplemente -es decir, complejamente- texto que cierra el libro, “La vida”
(pág. 228), encontramos uno de esos motivos: la muerte. Aunque esta vez se
presenta sin concesiones, despojada de todo ocultamiento. Se trata de la
escenificación, mediante una prolepsis, de un presentimiento o una ensoñación,
o tal vez ambas cosas al mismo tiempo: la agonía del personaje Ferrer
Lerín. El valor simbólico de los hápax.
Se diría que la búsqueda de los “hápax”, a los que Lerín dedica sus relatos “Predador” (pág. 40) y “Otro
hápax” (pág. 185) , constituye también la metáfora de otras pesquisas
frecuentes en su obra: la de los hechos singulares. Igual que el narrador deja
notarialmente constancia de sus hallazgos de los hápax a modo de legado,
registra también la singularidad de ciertos acontecimientos reales o
imaginarios, como ocurre en “Los sin hombros”(pág. 76) y “Raro fenómeno”(pág.
156). Se podría afirmar que los hápax representan también un ideal poético: el
del texto original y único, irrepetible, pese a que Lerín sea consciente del
tal imposibilidad. Esa imposibilidad que irónicamente se plasma en su escritura
plagada de referencias y citas. Y es que
la literatura constituye un desafío en la tradición de la modernidad de
la que partió el primer Lerín: el desafío de la originalidad motivado por una
permanente transgresión literaria. Sin embargo, y ya a estas alturas, da la
impresión de que las transgresiones le importan mucho menos a Lerín que el ir
ampliando su “ciudad propia”, su mundo simbólico, al tiempo que consigna las
diversas dimensiones y aspectos de su existencia. En su conjunto, su obra
constituye también una autobiografía y una crónica. En este sentido, no resulta
casual su faceta relativamente reciente de novelista: Níquel (2005) y Familias como
la mía (2011). En ambas Lerín recrea su propia leyenda. Lo
que en esa leyenda pueda haber de real o ficticio importa poco a la hora de
juzgar su obra. Su bibliofilia, su pasión por las palabras, su rapacidad
literaria… se transmutan en territorio literario. Y de nuevo… la casualidad, sin duda la casualidad, hace que se encadenen de modo
endiablado determinadas circunstancias… (“Casualidades”, págs. 216-217).
Artículo de José Luis Falcó Gens publicado en el nº 104 de la revista "Turia". Noviembre 2012.
7 comentarios:
Perdone, don Paco, ¿quién ha escrito el artículo?
Saludos
Se dice que es una leyenda. Yo todavía no pude acceder a ningún texto completo, algunos fragmentos regalados por blogs, que me resultaron maravillosos.
Entonces crece el ansia. Me prometen Famulo en una semana. Ardo en esta urgencia. Un abrazo.
Gracias Anónimo aquel, un despiste.
Darío, espero no defraudar con Fámulo. Un abrazo.
Humor y muerte, dos constantes en FFL
Buen artículo que supera el concepto "reseña". Tengo en mis manos la revista y he de decir que todas las reseñas incluidas, como las que se incluyen en otros medios, no dejan de ser un trabajo de encargo que dora la píldora al autor de turno. Este artículo de José Luis Falcó es mucho más aunque debería incidir más en el tema de la leyenda que ha lastrado la consideración de la obra de Ferrer L
Ferrer Lerín: Ciudad Hápax.
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