viernes, 6 de junio de 2008

El ruiseñor











Leo en El País del miércoles 4 de junio una entrevista a Edward Farhi, Director del departamento de Física Teórica del Instituto de Tecnología de Massachusetts. Pregunta la periodista Alicia Rivera: “Usted ha trabajado en algo muy atractivo: la máquina del tiempo.” A lo que Edward, un hombretón atlético y rubicundo de expresión sonriente que no desentonaría interpretando el papel de compinche principal en una comedia americana de bajo presupuesto, responde: “Sabemos, por la teoría de la relatividad de Einstein, que el tiempo se altera: si fueras en un cohete muy deprisa, tu reloj marcharía de manera diferente que un reloj en la Tierra.” Luego, Rivera apura al sabio: “¿Es el ejemplo de los hermanos gemelos en que uno viaja al espacio..?” Y éste confirma: “Sí. Uno va en un cohete y el otro se queda en Tierra y cuando el primero regresa, está en el futuro de su hermano. El efecto lo sufren los astronautas, pero es pequeñísimo, a lo mejor regresan una millonésima de segundo más jóvenes que si se quedaran aquí. Ahora bien, si los cohetes fueran muy rápidos, casi a la velocidad de la luz, un astronauta podría partir en 2008 y volver un año más tarde para él, pero habría transcurrido un siglo aquí, sería 2100, y conocería a sus tataranietos.”

Casualmente, en la mesa de la cafetería Iruña de la Plaza del Castillo de Pamplona donde me siento a tomar una cerveza con unos afroamericanos, encuentro un folio cicloestilado, de los que se entrega a los peregrinos del Camino de Santiago, que dice lo siguiente:

“Virila fue, a finales del siglo IX, monje del monasterio de San Salvador de Leyre, Navarra, del que llegó a ser abad y su figura histórica está perfectamente documentada en el Libro gótico de San Juan de la Peña (fol. 71). Mantenía el bueno del abad tremendas dudas sobre cómo sería el gozo de la eternidad. Es así que un día de plenitud primaveral se interna en el bosque cercano con estas meditaciones que leía en un libro. En la espesura del bosque aparece un ruiseñor, que con sus trinos distrae su atención de la lectura escatológica, apartándolo hasta una fuente. Allí queda prendado del canto del pájaro, hasta que se adormece. Cuando se despierta la naturaleza había cobrado nueva vida y no encuentra el camino de vuelta, hasta que al fin lo reconoce y al monasterio al fondo, que ahora es más grande, con iglesia mayor y nuevas dependencias que no comprende. Al llegar a la portería e identificarse, nadie le reconoce. Buscando en el archivo del cenobio encuentran un abad Virila “… perdido en el bosque…”, pero hacía trescientos años. Es entonces el monasterio una revolución por el milagro acaecido, y en pleno Te Deum de acción de gracias se abre la bóveda de la iglesia y se oye la voz de Dios “… Virila, tu has estado trescientos años oyendo el canto de un ruiseñor y te ha parecido un instante. Los goces de la eternidad son mucho más perfectos …”. Un ruiseñor entra entonces por la puerta de la iglesia con un anillo abacial en el pico, y lo coloca en el dedo del abad, que lo fue hasta que Dios lo llamó a comprobar la gloria eterna.”