La piel ya quebradiza (ni gota de sol le dijo el médico). Las rodillas machacadas por kilos y kilos de carroña en sacos cargados a la espalda por duras pendientes. Sentado. En la silla de ruedas. Ante el gran ventanal. Que da a la sierra de Onete donde los milanos reales planean al sol. Y ahora, un grupo de estólidas vacas llevan días pastando en el claro del bosque. Pide ayuda al enfermero. Cazador. Corrupto. Que le facilita el arma. El viejo ornitólogo ajusta los pernos. Apoya lento el brazo de trapo. El frío rifle pegado a la cara. Y dispara. Al amanecer una nube de buitres cae del cielo sobre la carne vacuna. Vísceras. Huesos. Ferrer Lerín cree que sueña. Felicidad olvidada. En esta agonía.
sábado, 14 de junio de 2008
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3 comentarios:
Hace poco, en Pineta, unos cazadores abatieron un sarrio y dejaron sus vísceras en el monte, cerca del Collado de Tella. Casualmente pasaba por allí y pude contemplar la llegada de cerca de 80 carroñeros, buitres y quebrantahuesos, que bajaban poco a poco, en círculos. El festín les duró poco. El espectáculo, sobrecogedor. Aquellos cazadores me digeron que cogiera un buen palo por si las moscas. Una hora después todavía se veían puntos negros a gran altura.
Aquí el hecho de agarrar la culata
por la pura presilla
el duro martillo. Sentir
el peso de la mañana
aplastar
ridiculamente
la pompa
en cuyo interior
transcurre , sí, ( nuestra? vuestra?) vida.
( Conde. Todo bien? )
Sí, Lord, todo bien, gracias.
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