Crucé la habitación y hallé desvanecida a la mujer de mi amigo. Tuve el valor suficiente y registré sus prendas más íntimas: no llevaba nada que me interesara. Luego, en la cama matrimonial, la poseí: no volvió en sí hasta el final. Me miró y dijo: “Soñaba precisamente en ti”. Me separé y, tranquilamente, busqué, entre mi ropa desparramada, el tacto suave del arma. Sólo un disparo, y el vientre adquirió la rigidez precisa: descargué sobre la muerta, una lluvia de golpes, y no concluí hasta que su piel tomó un color harto desagradable. Odio el amarillo.
Los periódicos dieron detalles vergonzosos sobre el crimen. Algunos resultaban hirientes para la sensibilidad del lector medio. Decidí, por lo tanto, hablar con el director y amenazarle. Debían retractarse y pedir perdón por su falta de delicadeza. Todo ello me distrajo unos días, pero cuando las cosas empezaron a olvidarse, el aburrimiento se apoderó otra vez de mí y planeé otra fechoría.
1965
La hora oval. Ocnos. 1971.
Ciudad propia. Poesía autorizada. Artemisa Ediciones. Tenerife. 2006.
domingo, 17 de febrero de 2008
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