jueves, 14 de febrero de 2008

La nueza negra

Por el Profesor A. Tudó i Alzina
Selección, traducción y notas: F. Ferrer Lerín

Iniciarse en un nuevo campo del saber, en una disciplina que aun perteneciendo a tu área profesional es desconocida, produce una sensación de despegue, de apertura, de constatar día a día, hora a hora, cómo se amplían tus conocimientos y cómo, por lo tanto, tu capacidad de comprensión de los fenómenos naturales.

Entré en el área de las Ciencias de la Naturaleza a través de la Herpetología. Quizá el rechazo generalizado hacia las serpientes y lagartos que siempre ha existido, y más aún en aquellos años de mi adolescencia, contribuyó, por ese espíritu de rebeldía y excentricidad que siempre me ha caracterizado, a inclinarme por esa rama de la Zoología aunque, de hecho, ya de niño, siempre me había sentido atraído por tan singulares vertebrados.

Fue cumpliendo con mis obligaciones militares, en el C.I.R. de San Clemente de Sasebas, cuando, gracias a las largas conversaciones mantenidas con el capellán castrense, hombre de amplísima y sólida cultura, me acerqué al mundo de las aves. Salíamos a menudo a recorrer aquellos páramos y él me ilustraba, con tal precisión y apasionamiento, que los catorce meses de estancia resultaron, por un lado cortos pero, por otro, decisivos en cuanto a fijar definitivamente cuál iba a ser, a partir de aquel momento, el rumbo de mi vida. Siempre recordaré con especial cariño mi primera identificación certera, sin el auxilio de mi mentor, del canto de celo de un ejemplar de Escribano montesino -Emberiza cia-, junto a las letrinas del campamento.

Los años ponen a prueba las convicciones y he de decir que pese al tiempo transcurrido mi entrega a la Ornitología es igual a la del día en que empecé mis estudios superiores en la Universidad de Barcelona. Luego llegaron pruebas de fuego, enfermedades, problemas familiares, baches en la economía, pero siempre, por encima de todo, mantuve mi compromiso con esa ciencia a la que tantos buenos momentos le debo y que me siento obligado a propagar en todos los foros. Gracias a ello, este verano, impartiendo un Curso Rápido de Reconocimiento Visual de Alcaudones, en el hospital murciano de la Virgen de la Arrixaca, trabé amistad con un botánico aficionado que me animó a penetrar en una parcela de la sabiduría que, hasta la fecha, solamente había considerado como un apoyo de mis investigaciones sobre la avifauna mediterránea.

La Botánica ha constituido para mí una importante sorpresa. No es sólo un empleo encaminado al conocimiento, a la clasificación, del reino de las plantas; en ella hay un caudal inigualable de materias colaterales, íntimamente relacionadas, que te aproximan a la vida humana, que te permiten realizar esfuerzos para mejorar las condiciones de supervivencia, la cura de enfermedades, los recursos alimenticios. El botánico comprende mejor las relaciones del hombre con el medio, conoce sus necesidades, comprende sus miserias. En el botánico se puede reconocer al humanista, al sabio total, al ser que tiene respuestas para todas las inquietudes de la sociedad moderna.

Un ejemplo para terminar esta larga reflexión: la Nueza negra -Tamus communis-. Una enredadera herbácea de hojas acorazonadas y frutos encarnados que se cría en lugares húmedos de buena parte de la Península Ibérica. Un vegetal que a buen seguro había contemplado en múltiples ocasiones pero del que hasta ahora lo desconocía todo. Y lo primero, desconocía su nombre. Y al conocerlo descubrí que el mundo rural, que las personas sencillas, que la gente del campo que es la que otorga los nombres a los animales y a las plantas, ya había resuelto esa cuestión, tan repetida hoy en día por parte de nuestra sociedad, sobre el sexismo en el léxico, que en el fondo enmascara el revanchismo de determinadas mujeres. El fruto recordaba una nuez, pero como era pequeña y redondita, le atribuían un carácter femenino. Y para feminizarla le añadían la letra “a”. ¡Santa y envidiable manera de resolver las cosas! Pero aún hay más. El uso principal de la nueza negra es sanar las heridas, las contusiones que se les produce a las mujeres. Hasta la hermosa lengua francesa recoge en el nombre popular de la benefactora planta todo ese acervo de virtudes y propiedades medicinales de uso cotidiano; la denominan Herbe aux femmes battues. Sólo las Ciencias Naturales, y la Botánica en especial, confieren a sus seguidores, a los científicos, el poder para arreglar y comprender la problemática de los hombres y mujeres contemporáneos.

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Notas del traductor:

"Nueza" no es la feminización léxica de "nuez" sino una palabra derivada del latín "nodia", "nudo", por los que forma la planta al propagarse.
Juan Texidor y Cos en su Flora farmacéutica de España y Portugal, Barcelona, 1871, dice que la nueza negra “la usa el vulgo, y en particular las mujeres, para resolver los derrames sanguíneos consecutivos a las contusiones, por lo cual, quizás, ha recibido en Francia el nombre de Hierba de las mujeres apaleadas”.

Níquel. Mira Editores. Zaragoza. 2005.

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