Fue en el mesón Seis Neuronas donde el ujier Santi Sánchez
me habló de una señora manchega. Hubo extensión en sus frases, descripciones
variadas de variadas zonas pero nunca centradas en la parte que yo particularmente
amaba en aquellos años. Llegué a pensar que no estaban, que alguna furia
candente había acabado con ellos o que ni siquiera habían nacido. Pero mi
educación extrema impedía cortar su discurso. Luego, cuando Sánchez daba ya
muestras de agotamiento, me atreví a formular una duda, a preguntar si la
señora manchega estaría provista de pechos, es decir si sus pechos eran
merecedores de atención y examen. A lo que el ujier, con impávida mirada,
desgranó: “eso es algo que nunca osé investigar”.
Besé a la señora con la sola intención de enternecerla y
ablandar sus defensas, y así buscarle los senos bajo la ropa. Mas la palpación
dio negativo. Allí no había nada o, si había algo, estaba orientado hacia
adentro, como una irrupción inversa; pechos proyectados al interior de la carne
por un error de cálculo. La versión suprema del modelo pectus excavatum estaba
a mi alcance, pero alcanzarla no iba a dar satisfacción a mi ansia. Pero me
equivocaba. Al caer la tarde, ya recogidos en la capilla, me condujo al confesionario
y allí extrajo del bolso una caja de hueso forrada de cuero en la que había un
enema, de grandes proporciones, que obró el milagro: hinchada ella, de golpe
surgieron, como guantes de látex llenos de agua, las mamas metidas dentro del
cuerpo. Resultaba agotador darle a la pera, pero valía la pena, me harté
durante aquellos breves minutos de acariciar y chupar tamaños obsequios. La
señora manchega no vivió mucho. Quizá estallara, una cálida noche de agosto, a
manos de algún fogoso monaguillo espoleado por el prodigio.
8 comentarios:
Sicólogos y poetas sentimentaloides dan mil vueltas para encontrar lo que hay en el interior de las personas, escriben sesudos tratados pseudo-científicos y poemas lacrimógenos para penetrar en lo más profundo. ¡Trabajos ingratos!, les bastaría un émbolo o un enema para hallar el meollo de las profundidades.
Saludos
Francesc Cornadó
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Menos mal que tenemos a Lerín. Sólo él escribe cosas así.
Don Paco, quizá está usted pensando en poner o no mi comentario... No se lo reprocho, pues ahora mismo estoy intentando recordar hasta dónde llego mi énfasis o mi errada interpretación de su texto.
Me sumo al comentario del primo de Ridley, asegurando que sólo a usted pueden ocurrírsele tamañas visiones. Y lo celebro.
Don Anónimo, creo entender que se perdió un comentario enfático; desde luego no es mi culpa, aquí se publica todo (a no ser que afecte negativamente a terceros, y seguro que no es el caso).
Así debe ser, son las delicias de trabajar con una mala conexión.
Le pido disculpas por este incidente notoriamente doméstico.
Pues nada, ya sabe, si quiere repetir el comentario, aquí estamos.
Gracias, don Paco. Lo siento, mi ocurrencia se hundió en las aguas de mi personal Leteo. Imposible repetir el comentario, que, además, probablemente no valía la pena. Para otra vez no intentaré comentar mientras la técnica tiene jaqueca, pues parece ser ése el motivo de la abducción del mensaje.
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