martes, 1 de marzo de 2016

El marido de Ingrid Grambiat




No se afeitaba a diario. Le horrorizaba mirarse, comprobar los cambios que experimentaba su cara. Al principio fueron las comisuras de los labios, que cayeron unos centímetros. Luego, las patas de gallo, que ya recordaban las dunas del desierto. Pero ahora, los ojos, me refiero a los globos oculares, estaban perdiendo su condición esférica para ir adquiriendo forma de cubo. Llamó al doctor Consuegra. Que lo tranquilizó. Cosas de la edad. Quizá el tratamiento contra las varices internas. Compró un arma, un máuser de cuando la segunda guerra de los bóeres. Se sentó en las escaleras de la Plaza Mayor. E introdujo el cañón en su boca. Primero resolvió el lado derecho. La comisura, la pata de gallo y el ojo, de ese lado, volaron por los aires hasta estamparse contra la fachada del ayuntamiento. Después el lado izquierdo. Y las deformidades correspondientes, como si fueran de chicle, quedaron pegadas en la luna del escaparate de la sastrería de Juan Roberto. Nadie dijo nada. Ingrid Grambiat era una mujer poderosa a quien todos temían. O sea que su marido se levantó. Limpió el fusil. Lo regaló a los niños. Y se fue de copas. Un hombre nuevo.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Brutal pero demasiado fantástica no es posible

Anónimo dijo...

Y yo gastándome los cuartos en cirugía, dicen, estética. El Mike

Anónimo dijo...

Fantástico y brutal = imposibilidad superada
P.u.r.a. d.ec.a.n.t.a.c.i.ó.n
Que alguien realice ese guion
insuperable

Otro anónimo dijo...

"Me siento rejuvenecer"

Anónimo dijo...

que bueno eres Lerín!!!!