No se afeitaba a diario. Le horrorizaba mirarse, comprobar
los cambios que experimentaba su cara. Al principio fueron las comisuras de los
labios, que cayeron unos centímetros. Luego, las patas de gallo, que ya
recordaban las dunas del desierto. Pero ahora, los ojos, me refiero a los
globos oculares, estaban perdiendo su condición esférica para ir adquiriendo
forma de cubo. Llamó al doctor Consuegra. Que lo tranquilizó. Cosas de la edad.
Quizá el tratamiento contra las varices internas. Compró un arma, un máuser de
cuando la segunda guerra de los bóeres. Se sentó en las escaleras de la Plaza
Mayor. E introdujo el cañón en su boca. Primero resolvió el lado derecho. La
comisura, la pata de gallo y el ojo, de ese lado, volaron por los aires hasta
estamparse contra la fachada del ayuntamiento. Después el lado izquierdo. Y las
deformidades correspondientes, como si fueran de chicle, quedaron pegadas en la
luna del escaparate de la sastrería de Juan Roberto. Nadie dijo nada. Ingrid Grambiat
era una mujer poderosa a quien todos temían. O sea que su marido se levantó.
Limpió el fusil. Lo regaló a los niños. Y se fue de copas. Un hombre nuevo.
martes, 1 de marzo de 2016
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5 comentarios:
Brutal pero demasiado fantástica no es posible
Y yo gastándome los cuartos en cirugía, dicen, estética. El Mike
Fantástico y brutal = imposibilidad superada
P.u.r.a. d.ec.a.n.t.a.c.i.ó.n
Que alguien realice ese guion
insuperable
"Me siento rejuvenecer"
que bueno eres Lerín!!!!
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