martes, 9 de julio de 2013

Domicilios, 20






















En ese inmueble de aire palestino perdí parte de mi vida. Llegué, cansado, un atardecer, quedé dormido, y dos días después desperté de mañana; una mañana cálida por las manchas de sangre que decoraban buena parte de las sábanas, sangre que goteaba del techo, de modo continuado. Pero me gustaba el lugar, lo frecuentaba, accedía por una puerta que ya no existe, llegaba a esa sexta o séptima planta, un angosto espacio, final de la escalera, rellano de cemento, entrada abierta a una vivienda de habitaciones variables, no por los muebles, que apenas había, sino por las habitaciones en sí mismas, por su tamaño y por su número, siempre aumentando y disminuyendo. Una vivienda, que en los seísmos, frecuentes, se balanceaba como una rama fina, y yo, al volver la calma, miraba, sin apenas vértigo, por las ventanas, y veía una plantación de caucho, y, a veces, un gran embarcadero, algo alejado. 

3 comentarios:

Istefel dijo...

Sudor en la descripción de la Vivienda, uso de las comas, angosta, maniáticas y tijeras para el hombre y su sueño, pasadizos de plata, despiertan, sí, pasiones.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

hay entradas que intimidan

Anónimo dijo...

Hay comentarios que no son comprendidos...