Un hijo, Castaño, criado a mis pechos, errabundo durante
décadas, reaparece ahora para asesinarme y fotografiar mis restos
caramelizados. Un pérfido vástago, cuya partida de nacimiento se recoge al
final del relato “Igualitos” del misceláneo Papur:
“Embarazada Conchita Pemartín, nos vemos obligados a huir, a
dejar la ciudad e instalarnos en el campo, y con las lluvias y los vientos de
la primavera se produce el parto, y sería por la fuerza que nuestra extrema
juventud transmite a la criatura, o por lo saludable del entorno, lo cierto es
que necesitamos más leche que la de Conchita, y yo por simpatía o por
solidaridad, aunque entonces no existían estas dos palabras, conformo dos
abultamientos y un calor localizado hasta romper esa especie de tapón, como de
vial medicamentoso, y empiezo a echar calostro a chorros quizá salvando así la
vida de nuestro voraz hijo Castaño.”
Fotografía: Castaño Senra
18 comentarios:
Que escalofrio o debería de decir que escalocalor.
Bestial!!!
recuerdo haber visto -1982- en Morella (Castellón) un establecimiento donde despachaban "cecina de mula minera"
Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos, a quien el hombre, con sus propios pechos, había amamantado, le dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando todo lo hubo gastado, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Ofreció sus harapos de puerta en puerta y al final consiguió ajustarse con uno de los hacendados del lugar, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y a sí mismo se dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!” Y fue incubando el rencor, y fue creciendo en él la ira. “Leche y vino, leche y vino, veneno fino”, les decía sin cesar a los puercos, imaginando, en su creciente demencia, que uno de ellos era su padre… Sí,algún día regresaría.
Evangelio según San Lucas, capítulo 15, versículos del 11 al 33.
La carne de burro se utilizó mucho para hacer mortadela.
Curiosa versión, Sr. Tarraque, yo manejo la de Nacar-Colunga y es algo diferente.
Genial, cerrando el círculo como sólo sabe hacer F.Lerín.
Supongo que no me creerá, Sr. Bíblico, si le digo que manejo la misma versión que usted.
Espeluznante.
Adivino unas formas alienígenas en ese cecinar, así que acabará usted devorando a su ingrato hijo. De poco le servirá el Cucal de esa despensa.
Qué humor más negro.
Hecho en falta en los comentarios centrarse en la estructura del relato, la magnífica utilización de los planos de la acción, en vez de los calificativos y las chanzas.
Aporte lo que echa de menos, Vigilante.
Para Vigilante, éste es uno de esos dípticos lerinianos en los que se enroca un relato antiguo con una coda, preámbulo o reflexión nueva, igual que en Dos encuentros o Marfil, por ejemplo. Un ensamblaje interesante con su habitual punto sarcástico.
La fotografía me evoca, en versión carnicera, la película “Coma”. Qué psicópata tan interesante, este hijo de la leche de su padre.
Magnífico título.
Aparte de la estructura y el uso de los planos a los que se refiere Vigilante, o ese ensamblaje del que habla Perpetuum, yo destacaría en la escritura de Ferrer Lerín (y no voy a decir nada nuevo) la extraordinaria construcción, precisión y cadencia de cada una de sus frases. Muchos de sus textos en prosa se podrían poner sin dificultad en verso. Abran cualquier libro suyo al azar por cualquier página y lean en voz alta.
Vigile su ortografía, Vigilante. "Echar" echa la "h".
Qué original es usted, señor Ferrer Lerín. Siempre me sorprende.
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