Reconozco que se me fue la mano con el abrillantador de
zapatos pero los mocasines nuevos color burdeos se lo merecían. Me esperaban
en el vestíbulo del hotel y el delegado del gobierno se adelantó para abrazarme
al tiempo que profería un estentóreo “¡qué zapatos tan brillantes!”. Me fue
presentando y, cada pocos minutos, como para recordarlo o para que yo lo
recordara, seguía con la cantinela “¡qué zapatos tan brillantes!”,
circunstancia que llevó a los concejales, e incluso al alcalde, cuando íbamos hacia el salón de conferencias, a no dejar de mirar mis zapatos que, la verdad,
brillaban con insospechado fulgor. Para mi desgracia, a los miembros del foro
nos sentaron, en el estrado, sin la protección de una mesa, por lo que el
intenso lustre quedó expuesto de modo inmisericorde a la voracidad de los ojos
de la cruel audiencia. Luego, al entrar en el comedor, y después en la sala de
los espejos, el delegado no dejó de pronunciar la frasecita. Salíamos a la
calle, a esperar que los coches nos recogieran para ir a la ópera, cuando vi al
delegado del gobierno avanzar hacia mí, sonriente, casi carcajeante, y, antes
de que abriera la boca, le clavé en la carótida el bolígrafo regalo. Al abrir
la zanja para echar el cadáver me ensucié los mocasines con el polvo de la
rastrojera; el brillo mutó a mate.
sábado, 15 de junio de 2013
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5 comentarios:
Mutò a mate. Ahì reside el brillo. Un abrazo, Maeatro.
Brillante relato
Se lo ganó a pulso ese risueño bocazas. A ver quién es el valiente que repite ahora la frasecita. Puedes quemar mi casa, robarme el coche, beberte mi licor incluso, pero si te burlas del brillo de mis nuevos mocasines color burdeos te incrustaré en la carótida un buen regalo bolígrafo.
El bolígrafo, aunque sea de regalo, es extraordináriamente eficaz.
Un abrazo
Francesc Cornadó
Qué gran relato. Me maravilla su sentido del humor.
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