Cuenta Martín de Riquer en el prólogo a
Libro de amigo y amado que el beato Raimundo Lulio en edad juvenil y libertina entró de modo exaltado en una iglesia asediando a una doncella y esta para enfriar sus lúbricas intenciones desnudó uno de sus senos corroído por el cáncer.
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¿Quieres verla?, me preguntó.
Con la más absoluta naturalidad del mundo, Mercedes me estaba preguntando si quería ver la cicatriz que la cirugía le había dejado al extirparle el pecho derecho.
Sí, le respondí confundido.
Y ella, tan tranquila como espontánea, se desabrochó la parte derecha de su blusa, se bajó el sujetador y se sacó la prótesis de quita y pon que llevaba.
Y allí estaba.
Después de haber templado
y haber hecho rechinar los dientes, yo, la verdad, habría atendido
a la rareza del deseo y le hubiese mostrado los cuernos que me brotan de la nuca, seguro de que entonces me enseñaría los muslos, el otro pecho resplandeciente, la pregunta anhelante de su vientre
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