martes, 15 de marzo de 2011

A propósito de "Familias como la mía" (1)

Escritura, literatura.

La escritura es una actividad anómala, no consustancial al ser humano, forma parte de ese conjunto de extras (bonus) que han ido adquiriendo los más aventajados. Y hablo de la escritura como forma de comunicación en general, como forma de transmisión de advertencias, órdenes, saludos, pero no como forma de alteración de la realidad, o sea de creación, de arte, alteración que más que una anomalía constituye un despropósito.

La prensa, por ejemplo, es un forma de escritura sofisticada que no se contenta con advertir sino que se lanza a informar ('Diario de avisos y noticias'), previene pero también cuenta, eso sí desde la objetividad memorialista. Este campo, el de los cronistas, como también el de los biógrafos y los historiadores, se caracteriza pues por permitir que la información cambie de mano sin que resulte mancillada por espúreas intervenciones. Será el filósofo, y también el periodista de opinión y el ensayista en general, quien detenga el flujo de información para interactuar con él y así interpretarlo, siendo esta la clave, la diferencia con el narrador de la actualidad que no necesita detener el flujo ya que su papel es ser mera correa de transmisión de la realidad y no analista de la misma.

La tentación de añadir algo de cosecha propia o, al menos, de alterar en parte los datos, surge como fruto del aburrimiento ante la alienante labor constreñida a la copia, a la repetición (aunque a veces sea en otro orden), de los hitos del biografiado o de los sucesos que aportan los teletipos. Al principio, el escribano, tímidamente, sólo cambia una fecha, un horario, un destino en algún viaje; luego, envalentonado, feliz al transgredir la norma, se atreve a modificar algún hecho y, más adelante, dependiendo del grado de osadía que le invada, incluye algún pasaje de su invención, eso sí, que no chirríe en el total del discurso. La autobiografía dulcificada Familias como la mía es un ejemplo de esto último: por razones de cobardía ante los riesgos que acarrearía la relación objetiva de los hechos, y por razones de comercialidad añadiendo humor y sexo para que la historia no resulte árida, el autor cercena y añade a su antojo; una novela no es nunca una biografía (o la biografía no es literatura) por lo que la realidad se utiliza sólo como sustrato dejando que el escritor haga literatura tergiversando la historia.

2 comentarios:

Francesc Cornadó dijo...

La literatura, una urdimbre vil, tejido de falsedades.
Cuando escribo una memoria de un proyecto (entre pliegos, mediciones y cálculos, más de mil páginas)y digo: "los reclaces se harán con hormigón de consistencia plástica,vertido de cubilote", estoy hablando con precisión, no digo mentiras y aquello será una realidad tangible y esto no es literatura. Pero cuando me encapricho y me da por escribir "literatura" puedo llegar a decir:
"la jovencita de las trenzas bajaba por el camino de las alimatáceas", esto es una ficción, una imprecisión y una mentira pues las alimatáceas no existen.
Si la memoria del proyecto está mal redactada, las responsabilidades son penales y si la mentira del texto literario es gorda, la consideración social del escritor es también gorda.
Salud
Francesc Cornadó

Anónimo ese dijo...

Don Francesc: se trata aquí de agregar, no de quitar, de producir una generosa verosimilitud, no de "jugar" a una verdad técnica o virtual (que siempre transmigra a lo ideológico) -por supuesto, no es ése el caso que usted presenta-. Modesta aclaración, si es que algo he entendido de lo que aquí generosa y reflexivamente comenta don Paco. Nada de mentiras literarias, sólo feraces y dinámicas verosimilitudes escritas para el solaz del intelecto de las/os lectores/as...