Por fin he conocido a Chope. Tras años y años de amagos y circunloquios, he podido encontrarme con él cara a cara. El lugar, la nevera de mi vivienda. La presentación, una bandeja de plástico abierta, con algunas lonchas en situación macilenta. La procedencia, la nevera del domicilio en el que mi mujer ejerce de canguro y que es saqueada por ella de modo regular; sabido es que la historia de los parias recientes incorpora a menudo episodios de esta tesitura. Durante décadas oyendo pronunciar, por gentes de baja extracción social, la palabra “chope”, “bocadillo de chope”, sin saber con exactitud de qué se trataba, aunque intuyendo que no sería un producto de gran refinamiento, y ahora, tras mi ruina familiar y el refugio en el conformismo y en los oficios de dudosa honestidad, yo, de cuna altoburguesa, casi noble, tengo constancia de la realidad del embutido, un desgraciado símil de la ya de por sí irregular mortadela, anunciado en la etiqueta como producto a base de cerdo y pollo, y que en verdad se llama Chopped, barniz británico para una menestral criatura. Lo pruebo y no hago otra cosa que confirmar la sospecha: comida de pobres; una más tras el ajo arriero, el pisto, el marmitaco, la pipirrana, el pulpo, y demás regionalismos ahora tontamente supervalorados.
4 comentarios:
qué duro es ud
Conocí a un escritor que barruntaba sobre la conjunción del bocadillo de chope y la alta metafísica, considerada esta como el estado reflexivo idóneo de la evolución de la materia.
¿Un sueño? Porque si es un repaso diferido de los afanes laborales y expropiatorios de su mujer tiene pecado (y, por supuesto, perdón).
Cuando despertó, el bocata de chope seguía ahí.
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