sábado, 13 de agosto de 2022

Lectores de Ferrer Lerín 94

 EL MONSTRUO DEL CANAL IMPERIAL

Mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre lo contaban a la menor ocasión: en el Canal Imperial de Aragón, entre Garrapinillos y Pinseque se desliza un monstruo acuático. Decían que debía ser muy longevo, tal vez más que centenario, y que había pasado de la balsa Larralde al Canal, no se sabe bien si siguiendo el circuito de las acequias y burlando las tajaderas o si lo hizo campo a través en un tiempo de feroces lluvias.

Para todos tenía matices distintos y quizá complementarios. Para mi bisabuelo se parecía mucho a la raya marina, y era gigante, de hasta dos o tres metros de largo y ancho, y más bien informe, más cuadrangular que rectangular. Sobre la cabeza, tenía dos o tres crestas un tanto verdosas. Para mi abuelo, no era tan grande, tenía ojos saltones, extremidades nítidas, las delanteras parecían como manos de boxeador y las traseras eran minúsculas, como de una auténtica sargantana. También fue mi abuelo quien contó que se alimentaba de todo: de patos, pájaros y pequeños peces, especialmente anguilas, truchas y barbos.

Mi padre, que heredó el trabajo de sus antepasados, no era partidario de creer en la existencia del monstruo del Canal Imperial. De hecho, se trasladó a Pina de Ebro para hablar con Javier Blasco, un experto en los misterios de la flora y fauna de la ribera del Ebro. Y él no se atrevió a decir que aquello era una leyenda alimentada por la imaginación de los hombres a la luz de otros prodigios, tanto en el pantano de Arguis como en el lago Barasona o en el mismo río Ebro a su paso por Utebo. “Recuerde que allí habían visto al barbo: grandioso, maloliente, feliz en las aguas, y dejaba un hilillo de sangre a su paso. Y luego ya ve lo que era: un tronco que se encontró la corriente y que parecía un pez que supuraba heces. O lo que fueran”, le dijo Javier Blasco.

Mi padre no se conformó con ello. Consultó con otros especialistas en prodigios y bestiarios. La lista es incompleta pero habló con Severino Pallaruelo, Eduardo Viñuales, Chema Lera, Ángel Gari, José Miguel Navarro, y alguno más, hasta con María Tausiet, experta en brujería. El que pareció convencerlo del todo fue el poeta y ornitólogo Francisco Ferrer Lerín, que no solo le explicó cómo era el pez, si se parecía a la raya o al rodaballo, si era perniciosa o benigna, sino que le hizo su genealogía completa: era un monstruo invasor, sin duda, que se había curtido en lagos y lagunas, primero; luego en ríos como el Matarraña, donde disfrutaba mucho viendo bañarse, en pelota picada, a algunas mujeres a la luz de la luna, y finalmente decidió instalarse en el Canal Imperial por puro amor a las luces tan matizadas del atardecer y por su pasión por el ruido de los aviones.

Mi padre no lo dudó entonces. Y llegó a comprar hasta seis móviles distintos para atrapar al animal. Fue el primero que lo vio, de veras, con sus acompasados movimientos, desplazarse sobre la corriente, refugiarse bajo las raíces en los días de insoportable calor, muy cerca del llamado Puente de Garrapinillos, al lado de una chopera recogida donde siempre cantan los gorriones, las golondrinas y los mirlos. Y fue él, mi proprio padre, Rufino Ramírez, quien lo vio muerto cerca de la orilla de juncos, varado. Le dije: “Padre. Esto es cualquier cosa menos un monstruo marino”. “Hijo mío, por favor, míralo bien: no había visto cosa igual. La osamenta, tan bien delineada, la cresta gallinácea, la piel que aún revela las venas, y ese aspecto monstruoso que hace pensar en un rorcual más que en un rodaballo o en una raya. ¡Míralo, bien!”.

Lo hice. Y me pareció el resto nauseabundo de un montón de hierbas podridas y encadenadas en una figura espectral. Me callé la boca, le tomé fotos y, tal como me pidió mi padre, lo mandé al periódico con el deseo de que ellos también piensen que, por fin, estamos ante el monstruo del Canal Imperial de Aragón.


Antón Castro


Heraldo de Aragón, 13.08.22




1 comentario:

Anónimo dijo...

vemos como anton castro se apoya en buenos especialistás