martes, 17 de mayo de 2022

Acontecimientos formales


Acontecimientos formales


A Pep Duran Esteva y a Francisco Ferrer Lerín

 

Apud Arte y transformación

Jesús Martínez Clarà

Barcelona, Avatar ediciones, 2022

Páginas 247-249 

 

    Pep Duran Esteva es escultor, pintor, artista de “assemblage”, escenógrafo del arte catalán, tal como Tadeus Kantor lo era del arte polaco. Su interés por la arquitectura y el espacio tiene carácter escenográfico en el buen sentido de la palabra, aunque su estrategia con el absurdo es muy diferente a la del genio del teatro moderno.

     Este artista ha dialogado con un poeta y escritor de talento reconocido que gusta de grandes desafíos. En este caso, la colaboración entre ambos ha dado pie a un gran mural y otras intervenciones en la llamada “Capilla “del Museo de arte contemporáneo de Barcelona.

    Duran Esteva utiliza la acumulación como estrategia caógena del absurdo, recuerdo alguna instalación en la que aparecían barras de pan apiladas, cajas con clavos, apilamientos de ropa blanca que parecían sudarios, entonces pensé que era una estrategia material de superposiciones y apilamientos, pero ahora, ante esta nueva propuesta acumulativa y visto este retablo laico no puedo interpretarlo más que como una alegoría contemporánea de la oblación crística.

   Pocos escritores ven, en vida, escritas sus palabras en materia sólida, en hierro, mármol o cerámica. Francisco Ferrer Lerin, sí lo ha visto. Sus textos escogidos por Pep Duran Esteva para hacer su obra escultórica dicen:

 

I. Son raros los lugares sagrados que no disponen de un monstruo apostado en la entrada; es el doble aspecto del símbolo, la conclusión del gesto del rayo.  

II. Hay un friso, moral y saludable, como freno al bisonte, al recurso de carne y cuero, que cierra el flujo: letras cáusticas que marcan el final del universo. 

III. La sangre es la vida, de hecho, el vehículo de la vida, de la vida de los metales y del presagio de la lluvia.

 

    Ante tales propuestas, el discurso crítico queda deshecho, desnaturalizado, de la herida producida por tal poderío analógico, no pueden brotan más que palabras torpes o similares metáforas. Solo cabe hablar de la luz blanquecina que entra por las ojivas góticas de una capilla laica, en el que la cultura ha instalado un altar laico, con un retablo laico de color lechoso en él que las formas dúctiles del barro se cuecen con la alta temperatura de la cerámica. Un retablo, ajustado al espacio que lo acoge.  

 

    Dicho sea, que en las piezas cerámicas de Duran Esteva me ha parecido ver algún jamoncillo de pavo, junto a sombreros, granos de café, panes y otros indicios alimenticios. No debe extrañarnos esa preocupación nutritiva que se convoca en los espacios litúrgicos, pues en ellos no se da otra cosa que la ingesta del cuerpo de Cristo y la bebida de su sangre.  

   Pienso en el lugar que acoge la exposición y en cómo el laicismo y la desamortización han convertido iglesias y conventos en lugares de ocio, cultura o manduca. En el Ventorro San Pedro Abanto que está situado en el alfoz de Segovia y enclavado en un cruce de caminos, en un lugar de máxima intensidad religiosa. La tierra de San Juan de la Cruz, hasta el siglo XIX y desde 1486, se mantuvo el culto en esta antigua Iglesia Mudéjar y Convento de San Juan de Requijada, tras lo que se convirtió en parada y fonda de arrieros: hoy del artesonado cuelgan por doquier, pringosos jamones.

   Veo también a Paolo Soleri en Roma visitando en abril del 2008 “Dives in Misericordia”, la famosa iglesia diseñada por el arquitecto, también constructor del Macba:  Richard Meier. En ella la mezcla de cemento y mármol dan la característica tonalidad blanquecina que el retablo de Duran Esteva y el Macba ya poseen. Soleri es un arquitecto visionario que intuye formas que nadie ha visto y las construye en su proyecto Arcosanti, una ciudad experimental en el que misticismo y arqueo-ecología desarrollan una ciudad en medio del desierto de Arizona.

    En sus textos, Ferrer Lerin, menciona el monstruo apostado en la entrada. Un grupo de placas cerámicas están pintadas con los colores enrarecidos de lo cotidiano, de la vida vulgar, con los tonos terrosos, ofuscados del mal de vivir que debe transustanciarse, transformarse para alcanzar la blanca luz del espíritu. Una alegoría al cambio necesario que se produce en el espacio en el que se convoca lo divino. De la cruda materia al oro resplandeciente.  En segunda estancia la alusión al retablo como lugar salvífico que nos aparta de la bestia y la condena. En tercera una directísima alusión a la sangre de cristo como redención y vida.  

   Si me dejo de interpretar y tan solo miro, veo cuatro franjas de 15 elementos, un total de sesenta piezas cerámicas que crean un número, provocan repeticiones y ritmos en los objetos, a tres a dos, a cuatro forman el retablo laico junto a la pieza escrita. La estructura posterior no se esconde, el soporte oculto es tan importante como el que vemos al llegar. En este retablo, la complejidad y precisión del cálculo matemático convive con la atmósfera indeterminada de la fe.

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