sábado, 5 de septiembre de 2015

Amarita descubre la pintura














































Espiaba a mi padre. Yo tendría dos años y se me había prohibido visitar ese cuarto. ¿Qué habría en él? Veía a mi padre entrar por la mañana y no salir hasta la hora de comer, y luego, por la tarde, también se encerraba. Hablé con Picorcio el cerrajero. A cambio de unas excretas de paloma, así abonaba él la marihuana, hizo copia de la llave. De noche entré. El olor era muy fuerte y el desbarajuste total. Encendí la linterna. Sobre unos palos había una tela de colores. Otras telas por el suelo apoyadas en las paredes. Y en una mesa muy grande cantidad de cachivaches que parecían pegajosos. Salí. Casi mareada. Debía, a partir de ahora, dar nombre a todo aquello. Aquello que en el resto de la casa no existía y que mi padre manipulaba y almacenaba. Decidí llamar “cenerdo” al penetrante olor. Al desbarajuste, “quecho”. A los palos, “lifos”. A las telas de colores, “letas”. A los cachivaches, “cinos”. Y a lo que hacía mi padre allá encerrado, “mepo”; prefería un sustantivo, aún no conjugaba bien.  

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Amara Montoya Doblas
30 niñas, Valencia, Leteradura, 2014


11 comentarios:

Anónimo dijo...

INteresantísimo acercamiento a la cuestión de la nomenclatura. Le felicito

Ferrer Lerín dijo...

Como dice Martín Caparrós en "El interior" (pág. 215) 'Poner nombres a las cosas siempre es un privilegio'.

Anónimo dijo...

Muy misteriosos el relato y la fotografía.

Luis dijo...

Desde luego interesante cuestión como dice el anónimo y yo añadiría muy curiosamente tratada.

anonima dijo...

veo que el cuento forma parte de un libro llamdo Treinta niñas, donde se puede encontrar el libro?

Ferrer Lerín dijo...

Para anónima: lo mejor es pedirlo a leteradura@outlook.com

Anónimo dijo...

Qué bueno.

Sosias dijo...

Lo fascinante es el trato que consiguió hacer con el cerrajero.

Anónimo dijo...

Niña prodigio!!!

Raúl dijo...

Un cuento precioso.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Todavía no conjugabas bien , preciosa, pero negociar se te daba la mar de bien